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11 jun 2010

paz

Según el último Índice de Paz Global de Vision of Humanity, Costa Rica está en el puesto 26 (de 149). En América Latina solo es superada por Uruguay, en el puesto 24; luego está Chile en el 28, para luego saltar al 61 con Panamá. Entre los países latinoamericanos el último lugar lo ocupa Colombia, en el 138.

Los primeros 5 lugares son:

1. Nueva Zelanda
2. Islandía
3. Japón
4. Austria
5. Noruega

La lista completa, los indicadores y un buen mapa interactivo que permite comparar indicadores por país, aquí: Vision of Humanity.

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3 feb 2010

Dos recomendaciones de lectura y algunos apuntes políticos

Acabo de leer un par de artículos que, indirectamente, he situado (o me han situado) en el contexto electoral actual que vive Costa Rica. Los textos son estos:

1/
“Easy = True” (
de Drake Bennett, en The Boston Globe)

El texto habla acerca de algo llamado “fluidez cognitiva” y de algo que podríamos llamar “industria de la persuasión”, ese ámbito de estrategias útiles para publicistas y directores de campañas políticas, por ejemplo. Algunos pasajes:

Cognitive fluency is simply a measure of how easy it is to think about something, and it turns out that people prefer things that are easy to think about to those that are hard. (...)

Psychologists have determined, for example, that shares in companies with easy-to-pronounce names do indeed significantly outperform those with hard-to-pronounce names. Other studies have shown that when presenting people with a factual statement, manipulations that make the statement easier to mentally process - even totally nonsubstantive changes like writing it in a cleaner font or making it rhyme or simply repeating it - can alter people’s judgment of the truth of the statement, along with their evaluation of the intelligence of the statement’s author and their confidence in their own judgments and abilities. Similar manipulations can get subjects to be more forgiving, more adventurous, and more open about their personal shortcomings.

Because it shapes our thinking in so many ways, fluency is implicated in decisions about everything from the products we buy to the people we find attractive to the candidates we vote for - in short, in any situation where we weigh information. (...)

The persuasive power of repetition, clarity, and simplicity is something that people who set out to win others’ trust - marketers, political candidates, speechwriters, suitors, and teachers - already have an intuitive sense of if they’re good at what they do. What the fluency research is showing is just how profound the effect can be, and just how it works...
Texto completo

En cualquier ambiente electoral es obvia, por ejemplo, la importancia de hablar claramente y de explicar ideas en términos familiares; también son importantes el diseño gráfico y la estética general de la campaña; así como la formulación de propuestas fáciles de comprender y con las cuales puedan identificarse las personas.

En el caso presente de Costa Rica, a mi juicio la campaña de doña Laura Chinchilla ha pecado de vaguedad y falta de compromisos claros; en distintas entrevistas, doña Laura ha dicho que no puede comprometerse con X o Y, que acerca de tal o cual tema tendrá que ver en su momento, y que habrá que dialogar sobre esto o aquello... Dialogar está muy bien, es imprescindible, pero para hacerlo todas las partes deben mostrar sus cartas. Ella en cambio parece esconder algunas de las suyas, como si estuviéramos en un juego de póquer. Gente que la conoce ha dicho, incluso, que ella en general es poco expresiva sobre lo que piensa y que, en cambio, tiende a ser enigmática.

Este tipo de formas o fórmulas de expresión confunde y desanima a quienes, entre el electorado, preferimos oír propuestas concretas, opiniones firmes, argumentos claramente desarrollados. Es posible que ella sea firme cuando toma decisiones, tal como dice su campaña, pero no defiende firmemente lo que piensa acerca de muchos temas, pues ni siquiera lo expresa. Todo esto me hace pensar que, o se ha cuidado demasiado, en un esfuerzo por no caerle mal a nadie; o verdaderamente no sabe lo que piensa y cree. Intuyo que es lo primero, en cuyo caso más bien termina por caerle mal a muchos, pues esa actitud supone sacrificar, para llegar a la casa presidencial, la transparencia que predica. Así, su campaña queda apoyada en el peso que arrastra el nombre “PLN” y en la figura de Óscar Arias.

Se entiende así el epíteto de “marioneta”, que algunos le han asignado. Personalmente, no creo que sea marioneta de nadie, para ello tendría que ser doña Laura bastante tonta, y en nada me lo parece. En cambio, me parece más verosímil que ella comparta muchas de esas ideas que supuestamente le dictan desde otra parte.

Por otro lado, un triunfo del PLN supondría además otro empujón (como si le hiciera falta) a la concentración de poder político-económico que se ha venido gestando en CR desde años. El PLN está (mal) acostumbrado a estar en posiciones de gobierno, y la costumbre, lo sabemos todos en nuestra vida cotidiana, desgasta, debilita, aburre, tienta a tomar decisiones irreflexivas, envicia a cualquiera... Un cambio, efectivamente, parece urgente y necesario.

Pero ese cambio no creo que pudiera provenir de quienes más lo han predicado en esta campaña: el Movimiento Libertario. Tal vez el repunte que hasta hoy o ayer han mostrado en las encuestas se deba a la sencillez de su tema “único”, públicamente asumido: “seguridad”, “delincuencia”, expresado en términos efectivamente familiares. La gente se identifica. El asunto seduce. En esto, efectivamente, han sabido “llegarle” a la gente.

Pero también ellos han pecado de confusión: después de todos los debates y entrevistas, no se sabe bien cuáles son los principios que hoy en día defiende su líder político. A mí no me parece nada terrible que él haya cambiado de opinión sobre muchas cosas con el paso del tiempo, todos lo hacemos; pero sí me incomoda que no haya sido claro en qué ha cambiado, cuánto, cómo y por qué; en qué sigue siendo “libertario” y en qué no, etc. Don Otto no ha sabido aclarar estas dudas y, antes que tener claras él mismo estas cosas, da a pensar que está dispuesto a variar sus opiniones no por convicción (lo cual sería enteramente aceptable) sino por oportunismo: díganme qué tengo que “creer” para llegar al poder y eso es lo que diré que creo.

Por otra parte, don Otto habla sobremanera de negociar y de resolver conflictos (fue su tema de maestría en Harvard), pero en los debates ha demostrado más bien un talante enojadizo, una actitud más o menos infantil de recurrir al berreo y al berrinche, y ha desviado así la discusión de las ideas, propuestas y argumentos, a las acusaciones ad hominem. Su partido, además, da la impresión de carecer de una estructura sólida, sus propios partidarios tampoco parecen tener claro qué es lo que defienden y por qué (o será que están también ellos confundidos por las derivas de su líder...)

Una organización sin centro, sin un líder resoluto, sin ideas bien definidas y de una estructura “floja” y fragmentada, está bien para cierto tipo de emprendimientos, incluso de empresas o de algunos tipos de comunidades; pero no creo que un país –tal como se entiende y se vive hoy en día un “país”– esté preparado aún para ese salto en la manera de organizar las cosas y de relacionar a las personas entre sí y con el Estado.

La campaña del Partido Acción Ciudadana ha sido sencilla, de palabras claras y pesadas como “corrupción”, “despilfarro”, “desorganización” de las instituciones estatales; y también su líder ha sido claro acerca de su pensamiento y es, en mi opinión, quien mejor ha expresado ideas y propuestas y las ha sustentado. Por ejemplo, se agradece el análisis, en prácticamente todos los casos, acerca de la procedencia de los fondos para financiar tal o cual propuesta.

En claridad y sensatez, ningún otro partido supera al PAC. Podemos no estar de acuerdo con algunas o muchas de sus ideas, podemos no tener en muy alta estima la palmaria obstinación de don Ottón en diferentes ocasiones, podemos incluso sentir repugnancia ante algunas afirmaciones suyas (por ejemplo decir que lo que hace falta en Costa Rica es “más Biblia”); pero en un asalto repentino de racionalidad podemos también pensar que la elección de un presidente y de un partido no tiene por qué ser algo personal, visceral, asumido con el hígado, y entonces pensar que, si bien no podemos saber si el PAC sería capaz de cumplir su programa, ni saber si su estructura ejecutiva soportará las promesas realizadas, ni saber si sus proyectos serán verdaderamente lo mejor para el país, sí podemos ver y comprender que el suyo es el programa que mejor pensado parece.

Además, organizar de manera eficiente los fondos del estado y eliminar la superfluidad en el gasto, así como la gran promesa de atacar sin miramientos la corrupción en la función pública, ya solo eso merece una oportunidad. Es una apuesta, claro está, pero en este ámbito, ¿qué no lo es? Don Otto Guevara dijo varias veces que a él no se le podía juzgar por tal o cual conducta o hecho típicos de los políticos y los partidos que han gobernado este país en las últimas décadas, sencillamente porque él nunca ha gobernado. Tiene razón, pero lo mismo vale para el PAC y Ottón Solís.

2/
El segundo texto que me llamó la atención en mis dispersas lecturas diarias es uno de Peter Sloterdijk: “The Grasping Hand” (en City Journal). Esta es la tesis interesante del artículo: En los estados democráticos modernos, el máximo depredador de sus ciudadanos productivos ha sido el estado mismo...

Según Sloterdijk, Europa, por ejemplo, no vive una época ni un sistema capitalistas, sino “semisocialistas”.

The modern democratic state gradually transformed into the debtor state, within the space of a century metastasizing into a colossal monster—one that breathes and spits out money.

This metamorphosis has resulted, above all, from a prodigious enlargement of the tax base—most notably, with the introduction of the progressive income tax. This tax is the functional equivalent of socialist expropriation.

En lugar de un imperio capitalista de libre mercado, la carga impositiva sobre los ciudadanos productivos ha convertido a los estados europeos ricos en una especie de monstruos cleptómanos que saquean a sus propios ciudadanos:

Today, a finance minister is a Robin Hood who has sworn a constitutional oath.

En estos estados democráticos, ricos y modernos, el sentido de “explotación” se ha invertido:

Free-market authors have also shown how the current situation turns the traditional meaning of exploitation upside down. In an earlier day, the rich lived at the expense of the poor, directly and unequivocally; in a modern economy, unproductive citizens increasingly live at the expense of productive ones—though in an equivocal way, since they are told, and believe, that they are disadvantaged and deserve more still. Today, in fact, a good half of the population of every modern nation is made up of people with little or no income, who are exempt from taxes and live, to a large extent, off the other half of the population, which pays taxes.
Texto completo de Sloterdijk

Su conclusión es que la crisis europea apenas comienza: El futuro ya ha sido saqueado por el presente.

Esto puede tener sentido en el contexto europeo (aunque es discutible), pero la pregunta es entonces qué hacemos los países que no hemos alcanzado aún esa etapa de desarrollo. Es decir, en los cuales todavía la “explotación” tiene el sentido típico de “ricos que viven a expensas de los pobres”. ¿Habríamos de seguir el ejemplo europeo? ¿Aumentar nuestra riqueza aumentando los impuestos? ¿Hacer una mejor recolección, sin aumentar los ya existentes? ¿Hacer grandes obras estatales, o darlas en concesión? ¿O apostar a un mercado verdaderamente libre, que no ha existido aún? ¿O seguir alternativas incómodas del tipo ALBA? ¿O deberíamos esforzarnos por inventar alguna vía sui generis?

El ejemplo europeo implica aumentar considerablemente la carga fiscal. Pero, ¿sería entonces inevitable tender hacia el escenario indicado por Sloterdijk: empezaríamos a depredar o saquear a las capas productivas de la sociedad sin al mismo tiempo eliminar las capas improductivas, como en Europa, conformándose con mantenerlas en niveles de vida (ligeramente) más dignos? ¿No sería más inteligente encontrar otras vías para aumentar y distribuir la riqueza? ¿Cuáles? ¿Un mercado libre y justo de verdad? ¿Cómo?

Obviamente no tengo respuestas para estas preguntas, y ni siquiera he digerido bien el texto de Sloterdijk como para tener ya una opinión bien formada. Pero son preguntas que me hago porque me parecen decisivas. Parte del asunto político es que las sociedades en conjunto se planteen ese tipo de preguntas difíciles y debatan sus posibles respuestas. La dificultad, claro, empieza por cómo entender el “conjunto”. Pero está claro que el proceso debe ser lo más inclusivo o abarcador posible. Y empieza a serlo cuando se hace a pequeña escala en todas partes a la vez, es decir, cuando empezamos por no esperar a que lo emprendan solo los políticos o los “expertos”, cuando empezamos a hacerlo en las familias, entre amigos, en las producciones culturales e intelectuales. Porque así empezamos a entrenarnos para la tolerancia. En Costa Rica, a pesar de las apariencias, no somos tolerantes. Eso explica por qué a tantas personas les da miedo expresar lo que verdaderamente piensan: saben que al instante empezarán los insultos, los juicios de valor, la desacreditación, el menosprecio... Creo que los ticos, en promedio, somos principiantes en el arte de debatir y respetar y, por eso, creemos que gana el que más grita o quien insulta mejor y con más alcance a los demás. Es un vicio con graves consecuencias.

Una de ellas es que mucha gente muy capacitada y sensata prefiere no ingresar en la política formal, pues no tiene estómago para la ampliación de ese infiernillo cotidiano de intolerancia y violencia verbal que aquella entraña. Y entonces dejamos que la política se reduzca a lo que hacen los políticos "profesionales". Pero cuando se les deja el asunto político a los políticos, la polis difícilmente alcanzará un rumbo común, carente de grandes conflictos...

Aquí los ciudadanos somos los actores, y a veces no lo queremos ser, pero lo somos igual. Y nuestra película puede tener un director, incluso un guión, pero el guión no debe ser leído como un programa informático que determinará los movimientos de unos actores robotizados, sino una guía, un bosquejo, un esquema que debe estar siempre sujeto a cambios.

Lo mejor del futuro es que no se puede escribir (ni prescribir) de antemano. Y todo empieza por las acciones que los ciudadanos tomemos en el presente. Por ejemplo, la de hablar y discutir y comentar con familiares y allegados y, de manera inmediata, votar el próximo domingo.


>>> más sobre Peter Sloterdijk:

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10 sept 2009

¿Es democrático discriminar a las personas ateas?

Del artículo de doña Laura Chinchilla, “Reforma condicionada del artículo 75” (en La Nación, 07/09/09), me gusta la propuesta de diálogo y tolerancia que expresa hacia credos diferentes del católico. Sin embargo, esto, aunque importante, no representa el meollo del proyecto por un estado laico. Es cierto que una de las preguntas fundamentales es si debemos seguir privilegiando, constitucionalmente, una religión entre otras; pero aquí me interesa más otro aspecto.

Dice doña Laura que el proyecto de reforma “no debe abordarse como un intento de eliminar a Dios, la religión o la fe de la Constitución y de la sociedad costarricense”. Me parece una imprecisión poner en un mismo paquete la “Constitución” y la “sociedad”, pues eliminar algo de alguna de ellas no implica necesariamente que se eliminará de la otra. En la Constitución, hasta dónde sé, no se habla de extraterrestres y, sin embargo, hay muchas personas que creen que existen. Quitar la mención de “Dios” del artículo 194 no atenta en nada contra la fe de las personas, ni contra la práctica de una religión, cualquiera que sea; las personas podrían seguir teniendo sus creencias tranquilamente y las religiones organizándose y participando en la sociedad. La reforma más bien va en beneficio de las religiones distintas de la católica y de las personas que las profesan. Pero, ¿y las personas ateas?

En efecto, ¿qué pasa con los ciudadanos que no profesan religión alguna? ¿Es que en sí mismo esto es un crimen, o una actitud inmoral? ¿No tiene una persona derecho a no creer en ningún dios y, a pesar de eso, ser una ciudadana en igualdad de condiciones políticas con todas las demás?

La mención de “Dios” en el juramento constitucional sí discrimina contra ateos, agnósticos y, si fuésemos aún más estrictos, también contra politeístas, si es que todavía quedasen algunos.

Incluso el Presidente Arias, como sin querer, lo confirma: “Lo que no estoy de acuerdo es en quitar a Dios de la Constitución. Eso sí no, porque Dios es Dios para todo el mundo, para el cristianismo, para el islamismo, para todo el mundo hay un Dios excepto para los ateos.” [Mi énfasis]

Algo similar expresa el subtítulo del artículo de Chinchilla: “La mención a Dios no atenta contra la libertad de culto ni discrimina entre credos religiosos”. Quizá no, pero sí discrimina contra las personas ateas, quienes, así, estarían siendo excluidas de la posibilidad de hacer un juramento constitucional de manera coherente con sus creencias. Es decir, se les excluiría de participar en la democracia mediante la aspiración a cargos públicos.

Chinchilla dice que, como creyente que es, es su “derecho invocar lo que considero más sagrado cuando asuma la responsabilidad...” Se refiere a la posibilidad de ser elegida Presidenta de Costa Rica. De lo que se sigue que cualquier otra persona que llegase a ocupar un cargo público debiera tener el mismo derecho, es decir, invocar lo que esa persona considerase “más sagrado”? ¿Pero qué pasaría si esa persona, aparte de una excelente ciudadana y, posiblemente, una brillante diputada o presidenta, fuese atea o agnóstica? Cuando fuera a hacer su juramento, ¿no tendría derecho a no jurar con base en algo en lo que no cree? ¿Hacerlo no sería, aparte de una hipocresía, también obligarla a actuar inmoralmente, por ir en contra de sus propias creencias?

Para una persona afín al laicismo, quizá eso “más sagrado” serían sencillamente sus “propias convicciones”, o prometerle “a la Patria observar y defender la Constitución y las leyes de la República”, tal como se propone en el texto de la reforma.

Lo que se plantea es nada más que las creencias religiosas de cada quien queden fuera del ámbito público, estatal –no fuera de su vida, de la sociedad, etc.– y que, en tal ámbito, los juramentos, la rendición de cuentas, la responsabilidad, se consideren a la luz del deber asumido al formar parte de una república, es decir, al vivir bajo una Constitución y sus leyes; y, por otro lado, a la luz de los derechos humanos.

Doña Laura escribe: “El juramento constitucional constituye un acto de máxima responsabilidad que se refuerza mediante la supremacía moral que supone la mención a Dios.”

En efecto, es un acto de máxima responsabilidad, y por eso las personas en cargos públicos son y deben ser juzgadas por el pueblo. Pero quizá el “refuerzo” por la mención de “Dios” solo se dé en ciertas personas muy creyentes. De nuevo, para una persona atea el recurso a la divinidad no añadiría nada a su sentido de responsabilidad, que, por sí mismo, puede ser tan o más elevado que el de una persona creyente.

Por otra parte, la manera en que lo expresa doña Laura, “supremacía moral que supone la mención a Dios”, es ya, en sí misma, un prejuicio: supone a su vez que para toda persona posible esa mención de “Dios” entraña, de hecho, una “supremacía moral”, o peor: que debiera hacerlo (y vale señalar que ese aparentemente inocuo “deber”, si creyésemos en él, nos devolvería inmediatamente a épocas medievales). Pero el caso es que para muchas personas esa mención hace referencia más bien a prácticas históricas de crueldad, xenofobia, abuso infantil, nacionalismo, tortura, persecución, represión de la libertad de expresión, etc., etc., cometidas por diferentes iglesias y pastores a lo largo de los siglos y todavía hoy, claro está, y acerca de las cuales existe abundantísima documentación (para cualquiera que quiera buscarla y estudiarla).

Ahora bien, otra opción, que sí cabría considerar y discutir, es la que propone en La Nación de hoy don Julio Kierszenson: usar como juramento constitucional el que se utiliza en los procesos judiciales (o una versión semejante):

“Jura por Dios o por lo más sagrado de sus creencias...”

Al menos, en este caso, la disyunción “o” les dejaría una opción a los ateos. El juramento actual, en cambio, unifica, mediante la conjunción “y”, la apelación a Dios y la Patria:

“–¿Juráis a Dios y prometéis a la Patria, observar y defender la Constitución y las leyes de la República, y cumplir fielmente los deberes de vuestro destino?
–Sí, juro.
–Si así lo hiciereis, Dios os ayude, y si no, Él y la Patria os lo demanden.” (Art. 194)

En suma, en las personas ateas no jurar en nombre de Dios no demeritaría en nada su visión y su práctica de la responsabilidad civil, ni su moral personal. De hecho, que la moralidad no necesite del recurso a un dios ni a una religión es, a mi juicio, parte fundamental del contenido mismo del laicismo como visión humanista de la democracia, la sociedad y la justicia.

Por supuesto (esto es evidente, pero es mejor decirlo para evitar confusiones), laicismo y ateísmo no son equivalentes, ni siquiera mutuamente necesarios; pero las personas laicas sí tienen en común con las ateas que tampoco para las primeras se demeritaría su sentido de responsabilidad civil por el hecho de no jurar en nombre de Dios, es más, posiblemente se reforzaría, pues sabrían que así su responsabilidad incluiría a todos los ciudadanos de un país: tanto a los creyentes, de cualquier religión, como a los no creyentes.

Una última nota aclaratoria: algunos creyentes podrían entonces pensar que no mencionar a Dios sería una discriminación contra ellos. No es así: ellos tendrían la opción de jurar en silencio, para sí mismos, ante el dios que mejor represente sus creencias. En cambio, en el caso que nos ocupa, la diferencia radica en que un ateo tendría que jurar públicamente en nombre de algo en lo que no cree (estaría obligado a hacerlo). Lo mejor, pues, en ambos casos, sería dejar todo el asunto de las creencias, o falta de ellas, fuera del ámbito público, que es precisamente lo que se busca con esta reforma.

¿Por qué, entonces, seguir oponiéndose a que “Dios” deje de estar presente en la Constitución? No habría otra razón más que el intento por conservar un privilegio histórico, tradicional y exclusivo de una parte de la ciudadanía. Pero, ¿es que todavía podríamos llamarle a eso, “razón”?




+ otros sitios de interés:

Laicismo.net / Chile
Laicismo.org / España
Red Iberoamericana por las libertades laicas

9 sept 2009

"no deberás dejar ningún sobreviviente"

Medianoche. Tengo algo de insomnio o una extraña inquietud... Dado el clima religioso que se ha apoderado de CR en estos días, se me ha ocurrido repasar un poco la Biblia...

El Deuteronomio, por ejemplo, que es toda una historia y un arte de la guerra...

Recordé algunos pasajes de este libro a raíz de las declaraciones de hoy del Obispo Ulloa, recogidas en La Nación: “cuando un estado se vuelve ateo es capaz de cometer las peores injusticias y las más bajas aberraciones...”

Habría que recordarle al prelado que no hace falta que un estado sea ateo para hacer esas cosas horribles... Además, ¿cómo podría un Estado ser ateo? Parte esencial del proyecto para hacer de Costa Rica un estado laico es precisamente la idea de que un Estado, que no es una persona, no puede tener creencias y, así como no puede ser católico ni calvinista ni islámico ni nada semejante, tampoco puede ser ateo.

En fin, que apenas hojeando algunos capítulos del Deuteronomio encuentro pasajes como estos:

“Efectivamente, el Señor, nuestro Dios, puso también en nuestras manos a Og, rey de Basán, con todo su ejército, y lo derrotamos hasta tal punto que no le quedó ni un solo sobreviviente.

Aquella vez nos apoderamos de todas sus ciudades. Las conquistamos todas, sin exceptuar ninguna: las sesenta ciudades del distrito de Argob, que pertenecía al reino de Og, en Basán.

Todas ellas eran ciudades defendidas por altas murallas, puertas y cerrojos, sin contar las ciudades de los perizitas, que también eran muy numerosas.

Y las consagramos al exterminio, como habíamos hecho con Sijón, rey de Jesbón, matando en cada ciudad a hombres, mujeres y niños.

Pero nos reservamos como botín el ganado y los despojos de las ciudades.” (Deut. 3: 3-7)

O este:

“Entonces hice esta advertencia a Josué [habla Moisés]: ‘Tú has visto con tus propios ojos todo lo que hizo el Señor, nuestro Dios, con estos dos reyes. De la misma manera tratará el Señor a todos los reinos por donde vas a pasar’.” (Deut. 3: 21)

O este otro:

“Pero en las ciudades de esos pueblos que el Señor, tu Dios, te dará como herencia, no deberás dejar ningún sobreviviente.

Consagrarás al exterminio total a los hititas, a los amorreos, a los cananeos, a los perizitas, a los jivitas y a los jebuseos, como te lo ordena el Señor, tu Dios, para que ellos no les enseñen a imitar todas las abominaciones que cometen en honor de sus dioses. Así ustedes no pecarán contra el Señor, su Dios.” (Deut. 20: 16-18)

O finalmente:

“Cuando salgas a combatir contra tus enemigos, y el Señor, tu Dios, los ponga en tus manos, si tomas algunos prisioneros y entre ellos ves una mujer hermosa que te resulta atrayente, y por eso la quieres tomar por esposa, deberás llevarla a tu casa. Entonces ella se rapará la cabeza, se cortará las uñas, se quitará su ropa de cautiva y permanecerá en tu casa durante un mes entero, llorando a su padre y a su madre. Sólo después de esto podrás unirte a ella para ser su esposo, y ella será tu mujer.” (Deut. 21: 10-13)

Etc... etc...

Y sí, ya sé que son pasajes del Antiguo Testamento, donde enigmáticamente Dios –que, claro y a pesar de todo, debe ser el mismo Dios del Nuevo Testamento– pasa por una etapa vengativa y rabiosa y nacionalista; y ya sé que narra la época de historia nacional del pueblo israelita, en camino a la tierra prometida tras haber estado esclavizados y que con razón están algo molestos; y ya sé que estoy sacando las citas fuera de contexto; y también sé que el problema del mal es el meollo mismo de la religión y que, cuando no se puede explicar, y nunca se puede explicar religiosamente, se recurre al misterio trascendentalísimo de la divinidad y a la pequeñez de nuestra mente, incapaz de comprender Sus designios, etc... etc...

Y bueno... Tal vez que debiera dejar la saña y ser más serio y “objetivo”. Es cierto.

Pero la objetividad es un trabajo para las mañanas, uno que prefiero hacer bajo el sol; ahora es medianoche y no consigo dormir y me siento con cierto derecho a molestarme: que el Estado costarricense sea oficialmente católico me excluye a mí, que no profeso ninguna religión, y a miles de otros ciudadanos que sí profesan una religión, pero no la católica.

Quisiera creer que el tiempo de las exclusiones sin fundamento es cosa del pasado... Pero solo ha de ser otro delirio de madrugada, como el que me llevó a elegir el Deuteronomio como lectura para el insomnio y no, digamos, el Cantar de los Cantares...

En fin, veré si aquellas imágenes bíblicas de exterminio y destrucción y xenofobia, con Dios a la cabeza, me dejan dormir plácidamente.

(P.d. Totalmente de acuerdo con este texto del Fusil.)

15 jul 2009

Suicidio doble a los 54 años de amor

"Suicidio" no es la palabra más adecuada. A pesar de que el DRAE simplemente lo define como "quitarse voluntariamente la vida", el término arrastra un estigma. La gente baja la voz cuando dice "fulanito se suicidó".

El caso que hoy me ha llamado muchísimo la atención es más bien de "suicidio asistido" o, más exactamente, de "eutanasia". Pero no de una persona sino de dos: el director de orquesta británico Sir Edward Downes, de 85 años, casi sordo, casi ciego y enfermo de cáncer; y su esposa, Joan, ex bailarina de 74 años y a quien recientemente le diagnosticaron un cáncer terminal.

Sus hijos divulgaron un comunicado de prensa en el cual, entre otras cosas, dijeron esto: "Después de 54 felices años juntos, decidieron poner fin a la vida en vez de seguir luchando con serios problemas de salud. Murieron en paz y en circunstancias que ellos eligieron..."

La organización que los ayudó fue la clínica suiza Dignitas (acertadísimo el nombre), a la cual, al parecer, ya han acudido más de 115 británicos para poner fin a sus vidas.

La noticia me la robé de El País. Más información sobre Dignitas en: Wikipedia, Portal suizo de información; sobre la muerte de Downes: Clarín, BBC.

Posdata. Por otro lado... estar a favor de la eutanasia en un país que, entre otras aberraciones legislativas, insiste en prohibir la fertilización in vitro y sigue considerando a los homosexuales como personas discapacitadas para formar familias... pues, por decir lo menos, se siente uno como en una caverna, o en una cápsula que ha viajado atrás en el tiempo, o un país moralmente varado que sigue lamentándose de la "pérdida de valores" cuando en buena parte del mundo los valores no se perdieron sino que se transformaron, generalmente para bien. Es decir, que más bien desea uno que se terminaran de perder algunos viejísimos valores para ver si así encontramos el coraje de asumir otros renovados. Y no es tan complicado; por ejemplo, gran parte del atraso se explica por no querer separar, formal e informalmente, a la religión del estado... ¡Hace pocos días escuché a un diputado de la República mencionar sus conversaciones con Dios como criterio para tomar sus decisiones políticas! ¡Válgame Dios!

Posdata 2. Eduardo Ulibarri publicó en noviembre de 2008 un artículo pertinente para el contexto costarricense de estas "guerras culturales", vale la pena recordarlo. También este de Carlos Santamaría.

18 feb 2008

cuatro notas

1. continuación…
El caso del barco atunero TIUNA y sus tripulantes confirma lo que decía en mi post anterior.

La liberación de los marineros da el siguiente mensaje: bienvenidos todo tipo de piratas de recursos marinos, Costa Rica es incapaz de hacer cumplir sus propias leyes. Pasen adelante, saqueen el mar, llévense lo que quieran. Es patético. Según el fiscal general, "la isla del Coco está perdida"; en cuyo caso, nadie sabe qué habrá ya en ella y sus alrededores si llegase a ser elegida como una de las siete maravillas del mundo natural (actualmente ocupa el puesto No. 5 de la lista).

2. quejas
No entiendo por qué cuando uno se queja de A, saltan por todas partes personas que lo regañan a uno por no quejarse también de B, C, D, E… Z. Que uno se queje de A no implica que no le importe también B, C, D, E… Z. Solo quiere decir que en ese preciso momento uno quería quejarse de A. Obviamente, sería imposible quejarse de todo a la vez siempre, además de infructuoso... Aunque algunos lo intentan. Es la práctica común de disparar hacia todas partes para ver si de casualidad se le da a algún blanco.

3. ejercicio especulativo
¿Y si las personas les prestáramos atención a otras personas sin meterlas en marcos prediseñados antes de escucharlas o leerlas? ¿Y si pensáramos y discutiéramos mayoritariamente sobre casos, problemas concretos en contextos específicos, y si analizáramos argumentos puntuales, independientemente de quién los dice, y abordáramos los conflictos principalmente con perspectivas pragmáticas y ánimo conciliador?

Hoy en día la complejidad de lo que, para las personas, en su cotidianidad, es la realidad, excede cualquier "visión de conjunto" o "visión totalizadora". Evidentemente hay marcos y estructuras que restringen las opciones e indican, con mayor o menor fuerza, los posibles caminos a seguir. ¿Pero es que alguien o algo sería hoy capaz de salirse de la estructura para hacerla tambalear desde fuera? ¿Adónde está ese afuera? ¿No sería una estrategia más sutil, penetrante y posiblemente exitosa, meterse aún más en la estructura y buscar sus cimientos y carcomerlos poco a poco, o ir llevando el peso hacia un lado, hasta que termine por inclinarse y se desplace o se le desplome un costado, un trozo, un piso, y cambie su forma? Esta estrategia no equivaldría a un "reformismo", sino a un asunto más espontáneo, más "an-arquista": búsquedas inadvertidas de un fundamento o principio (arche, algo que sostiene en pie al poderoso, al arconte) (todos esos detallitos ocultos que, sin embargo, sostienen lo que está levantado) para darle ligeros empujoncitos hasta mostrar, primero, su carencia de soporte o justificación última y, segundo, que no son imprescindibles ni ese tipo de principios ni otros que los sustituyan, sino, quizá, pequeñas transformaciones cotidianas de las formas de relacionarnos unos con otros, con los recursos naturales, con las instituciones que creamos y de ellas con nosotros. Por supuesto, nada de esto excluiría la posibilidad de que, en ciertas ocasiones, se pueda y se deba tomar decisiones que afecten o pretendan afectar grandes sectores del edificio al mismo tiempo. Es decir, que en lugar de elegir un frente, lo más sensato sería atacar en varios frentes a la vez.

4. Por otro lado: ¿quién diablos se robó el verano?

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9 feb 2008

país de papel

Bastaron, ayer viernes a las 7:00 pm, 10 minutos del noticiario de Repretel para casi echarme a llorar. La policía detiene a varios asaltantes de casas particularmente violentos, según el director del OIJ en el lugar hay evidencias de los robos, y sin embargo, como es común, al día siguiente un juez les otorga la libertad.

Siguiente noticia: en San José, un colombiano que intenta vender algunas bagatelas para poder sobrevivir y sustentar a su familia, opone resistencia para que no le decomisen los artículos y se lo llevan preso. Ya se sabe que, constantemente, a los vendedores ambulantes les decomisan la mercadería.

Pero, por otro lado, a esos ladrones profesionales que tienen el amparo de las leyes para robar menos de 250000 colones al día sin ir jamás presos, pues eso, los dejan libres. Algunos de ellos tienen más de cien causas en su contra por asalto y siguen andando por la calle como si nada: saben que quizá podrían llegar a 1000 y lo peor que les pasará es una nochecita de vez en cuando en una comisaría.

Es decir, en San José los asaltantes tienen una especie de derecho tácito a robar, pero a los vendedores ambulantes, que intentan ganarse algo de dinero honestamente, les decomisan su fuente de ingresos y a veces hasta los meten presos.

Cualquier llegaría a la paradójica y deprimente conclusión de que en Costa Rica es más conveniente (seguro, rentable) ser asaltante que vendedor, o bien, que si uno se dedica profesionalmente al asalto en las calles, pues es poco probable que reciba un castigo; pero si uno quiere ganarse su dinero vendiendo cosas en la calle, pues hay una alta probabilidad de que sí se le castigue por hacerlo: no solo le quitarán la mercadería, para que quede más pobre de lo que ya es, sino que también es posible que lo metan preso.

Esta semana el fiscal anunció “mano dura” contra los delitos menores. Habrá que ver si el anuncio se queda en palabras.

Siguiente noticia: los cazadores furtivos en Guanacaste matan venados como moscas. Esta semana detuvieron a siete de ellos, pero son muchos más los que, aparentemente, entran y salen de los parques nacionales sin mayor problema. Otra suerte de paradoja: el estado costarricense “protege” zonas naturales solo para, después de que estén protegidas en papel, desprotegerlas en la realidad. Porque, dicen, obviamente no hay recursos para proteger los parques, como no los hay para proteger como debe ser la Isla del Coco, etc… Yo me pregunto si de verdad será cuestión de recursos o más bien de voluntad y orden.

A veces da la impresión de que en nuestro país mucha gente, y no solo políticos y legisladores, se conforma con que las cosas existan en papel. Los ticos le damos una trascendencia rarísima a lo escrito: si existe una ley X para Y cosa, listo, nos sentimos bien, pero que exista en la cotidianidad, que se haga cumplir, que tenga consecuencias, nada de eso parece importarnos tanto. Así, por ejemplo, que en teoría y en papel seamos una nación ecológica parece bastarnos, aunque en la realidad sea, en buena medida, solo una ilusión…

A los ticos parece importarnos mucho que se piense X o Y, pero que no que la realidad sea X o Y. Es decir, parece que nos conformamos demasiado rápidamente con las palabras, con las teorías y los papelitos. En el papel, por supuesto, somos una genialidad, el papel, como dicen, aguanta todo lo que se le escriba encima; y está bien que lo haga. La realidad, lastimosamente, no es de papel.

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24 dic 2007

si no lo leo no lo creo

Mentiras , sí lo creería, pero es mejor leerlo. A continuación cito, íntegro, un comentario que aparece en la Teleguía escrito por un compatriota costarricense:

“Expreso mi disconformidad con la empresa Cabletica, la cual ha quitado de su cartelara de canales al canal FX, que nos facilitaba series, realitys shows y caricaturas, entre otros programas para adultos. Además tengo otra queja por los canales de Alemania, Francia y la República Popular de China, los cuales se expresan un idioma totalmente diferente al de Costa Rica; soy tico y no me interesa saber de otros países, espero que Cabletica o algún directivo tome cartas sobre el asunto.” (el énfasis es mío)

¿Será que piensa que el canal FX es tico? ¿Será que cree que EE.UU. (de donde son la mayoría de otros canales de cable) no es “otro país” como Alemania, Francia, China? ¿Es que el inglés no es también un “idioma totalmente diferente al de Costa Rica”? Mejor hubiera sido honesto; traducido, lo que parece que quiso decir fue: "soy tico pero solo me interesa ver canales de adultos de EE.UU., además, el resto del mundo me importa un carajo"...

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8 oct 2007

al día después... ¿lo mismo?

En mi post anterior Don William Venegas me invita a visitar su blog y hacerle algún comentario a lo que hoy publicó allí. Esto va en respuesta a dicha invitación.

Don William, me parecen muy sentidas sus palabras. Y las respeto y las comprendo, son las de cualquiera al que se le rompe una aspiración. Pero también hay cosas que no entiendo. Por ejemplo, usted dice: “las personas de buena voluntad hemos perdido algo”; y yo no dudo que así sea, digo, que usted y los suyos sean personas de buena voluntad y que hayan perdido una aspiración, un sueño legítimo que tenían, el de que, en este caso, ganara el “no”. Tener ideas y convicciones y sueños está muy bien, y también saberlos defender.

Pero al decir “las personas de buena voluntad…” me parece que sin querer usted da a entender que todas las demás personas no son de buena voluntad, ninguna de ellas. Es decir, generaliza que simplemente las personas (todas, las cientos de miles) que votamos “sí”, somos de mala voluntad o, llanamente, malvadas.

Por otro lado, yo, que voté “sí”, no me siento para nada identificado con ninguno de los siguientes grupúsculos: “el gigantismo de los poderosos de siempre”, “la gran prensa”, “el poder napoleónico”, “la intromisión imperial”, “el entramado legal dominado por los mencionados anteriormente”, y “la conciencia ingenua de muchos compatriotas”. Supongo que, a sus ojos, en el mejor de los casos caigo en el último conjunto. Ni modo.

Cito algunas otras frases similares, tomadas al vuelo de los mismos comentarios a su post:

1. “Los del NO siempre pensamos en el prójimo, en el vecino, en la comunidad y en la Igualdad Social. Es una gran enseñaza y los logros conseguidos tienen un gran valor.” [Ana Saravia] De acuerdo. Pero no estoy de acuerdo en el paso que, a veces, se da después de este: derivar de ese tipo de afirmaciones que, por definición, los del otro bando son incapaces de interesarse y trabajar por el prójimo, la comunidad y la igualdad. Es que de ser así, aritméticamente Costa Rica sería esto: 800000 personas malvadas y egoístas; 750000 personas buenas y solidarias; y el resto del padrón simplemente personajes no identificados, espectros de un limbo, o quizá: indiferentes, impasibles, echados... Dicho en otras palabras: ¿Cómo, sin conocer personalmente a las 800000 personas que votaron “sí”, puede saber alguien con certeza cartesiana que todas son ingenuas, tontas, vendidas, egoístas, corruptas? Yo no conozco a todas las 750000 personas que votaron “no”, pero sí conozco individualmente a muchas que lo hicieron, son amigos, familiares, colegas, conocidos, y a muchos de ellos los respeto, los quiero, y me esfuerzo por comprenderlos.

2. “Jamás creí que ganaría el SÍ, pero como ves, casi siempre el mal y la maldad imperan.” [yamilka noa] De nuevo: una identificación abstracta, metafísica y universal entre el “sí” al TLC y el “mal”…

3. “Me duele de corazòn que el miedo ganara, miedo que se transmite con otra palabra mas viceral y mas adecuada a nuestros tiempos: Terror, este terrorismo que nos ha bombardeado por todos los frentes y nos ha lastimado hasta el dia de Hoy.” [Antonio Chamu] Sinceramente no sé cómo aplicar la palabra “terror” a lo que ha pasado, ¿no será un poquitín excesiva?

4. “¿Cómo es posible que tanta gente venda el país de esa manera?” [Silvia Castro] Yo, al menos, no he recibido ni medio dólar por haber votado “sí”, ni nadie me lo ofreció ni creo que vaya a recibirlo. Por otro lado, solo lo aceptaría si me lo gano trabajando. Luego, en el mismo comentario: “Pero uno sabe, por que ya lo ha vivido muchas veces, que debe seguir, por que ese es el destino de los que se atreven a imaginar un mundo mejor.” En eso sí estoy completamente de acuerdo, también a mí me encanta imaginar todos los días un mundo mejor. Pero no creo que haya una sola receta ni una sola vía ni una sola verdad para conseguirlo. Si hubiera ganado el “no”, yo, al menos, hoy hubiera seguido imaginando un mundo mejor, solo que en otro contexto, con otras reglas, con otros problemas y seguramente otras soluciones, pero sin pensar que todo se fregó porque las cosas no son ahora como yo quería.

En fin… que, en general, me cuesta entender por qué tanta gente insiste en ofender (“inmorales”, “malvados”) o subestimar (“tontos”, “ingenuos”) a quienes no piensan de la misma manera cuando, al mismo tiempo, lo que dicen defender es la solidaridad, la tolerancia, la libertad, la paz… Una de dos: o no se dan cuenta de que lo hacen, o lo hacen a sabiendas y, entonces, me pregunto, ¿qué tipo de libertad y solidaridad son esas? ¿Solo se puede ser solidario con quien piensa como uno? ¿Solo se debe defender la libertad de quienes creen en las mismas verdades que uno?

Entiendo que, desde su perspectiva, son los otros (los del “sí”, por ejemplo, o los “poderosos de siempre”, etc.) los que practican ese tipo de intolerancia y de actitudes represivas. Y obviamente en algunos casos fue y es así, y siempre habrá que luchar para que esos casos tiendan a ser menores; pero, por otro lado, no siempre fue así, pues, de haberlo sido, hubiera sido sencillamente imposible que el TLC llegara hasta un referendo, que se hubieran organizado y celebrado yo no sé cuántos cientos de debates con participación equitativa de gente “sí” y gente “no”, que los medios de prensa universitarios gocen de la absoluta y grata y necesaria libertad para informar a la gente desde otras perspectivas, etc.

Lo que me pregunto, entonces, es esto: responder a la conducta que uno adversa en los otros con conductas simplemente especulares, ¿no colabora en la perpetuación de los mismos patrones de “intercambio” interpersonal y político que uno dice detestar, en lugar de ayudar a superarlos?

Quisiera ser entendido: a mí también me molestan esos patrones, pero me molestan independiente de donde provengan. Y, por otro lado, creo superfluo ponerse a discutir quién debe entonces cambiar primero, si nosotros o los otros. La respuesta es más simple: todos. Si de cualquiera de los dos bandos cada vez más personas actuaran, pensaran y debatieran de otra manera, eventualmente esos “patrones” de agresión y represión podrían empezar a cambiar. Y hay muchas maneras de empezar; una, por ejemplo, es esta, como lo hacemos aquí en la web cada vez que discutimos temas sin insultarnos, sin humillarnos, simplemente dando y leyendo argumentos y contraargumentos.

Propongo un ejercicio de ficción: imaginemos que el país –con los mismos ciudadanos que tiene hoy– estuviera gobernado por grupos que adversan los tratados de libre comercio, que dichos gobernantes tuvieran el control de la Asamblea Legislativa, y que, más aún, la prensa escrita y televisiva “estuviera de su lado” y que, por algún hado misterioso, a pesar de todo eso se hubiera negociado un TLC con EE.UU. (el mismo que votamos ayer) y que ese gobierno hipotético se hubiera visto obligado a llevarlo a un referendo. E imaginemos que quienes estuvieran a favor de ese tratado fueran minoría y tuvieran muchos menos medios económicos para defenderlo. Ahora viene la parte peliaguda: ¿es que todas esas personas del “no” actual que estarían al frente de esa Costa Rica imaginaria que describo, hubieran de “buena voluntad” abierto “su” prensa y gastado menos dinero del que podían gastar para competir en absoluta igualdad de condiciones contra quienes estarían a favor de ese TLC que para ellos sería nefasto aprobar? ¿Practicarían, sin ninguna duda, y todos por igual, una ética tan inquebrantable? Si la respuesta es sí –es decir, que no hubieran hecho ninguna de aquellas cosas terribles y que sin duda todos habrían sido equitativos y habrían jugado limpio, etc.– pues eso es asumir que, en efecto, todas esas personas, digamos las 750000 que votaron “no”, son prácticamente santas, impolutas, jesucristos redivivos. Yo no podría hacer esa generalización sin sonrojarme; aparte de que sería un error lógico flagrante.

Ahora bien, para que no se me malentienda: NO estoy defendiendo que esa inequidad de medios haya sido o sea correcta, inevitable, natural o que esté justificada porque viene de parte de quienes están en posiciones de poder. Solo estoy diciendo que me parece ingenuo pensar que solo sería ese el caso si el bando en el poder es el que está ahora y no el otro (vuelta del “argumento” que reza “nosotros somos los buenos en poder de la verdad, los otros son los malos ignorantes”, lo cual, dándole vuelta como una moneda, aplica para cualquiera de los bandos que diga “nosotros”). Lo que estoy diciendo, pues, es que en ambos casos me parecería igualmente incorrecto; y que en cualquier caso esas generalizaciones morales son simplistas, falaces e incluso contraproducentes: sirven para evadir los verdaderos problemas y las verdaderas soluciones y se limitan a señalar con el dedo: “vean, allí están los inmorales, los culpables, debiéramos odiarlos”. No olvidemos que hace pocos siglos se hacía algo parecido, con ayuda de la Iglesia, con la diferencia de que en aquellas épocas a los culpables se los torturaba públicamente y luego se los asesinaba sin más… Por otro lado, creo que es una pérdida de valiosa energía: se podría usar mejor la fuerza en intentar convencer a las personas con argumentos y no con moralismos, y en proponer alternativas viables y concretas para resolver los problemas concretos actuales y los que se avecinan.

Lo cual me lleva a otro asunto: ahora que ganó el “sí” en el referendo, por un margen estrecho, creo que lo decente sería que a la hora de discutir la agenda de implementación en la Asamblea se tomara en cuenta el parecer que está implícito en todos los votos que recibió el “no”. Es decir, que ese enorme porcentaje debe incluirse en esas leyes que deben crearse no solo para que el TLC pueda entrar en vigencia, sino para compensar y corregir las inconveniencias que vaya a provocar. Esa debiera ser la función de la oposición en la Asamblea, pelear por eso; pero también debiera ser la función del oficialismo: saber ceder en eso; de modo tal que por una vez todos estemos de acuerdo en algo: en que se deben aprobar esas leyes pero que, a la vez, deben ser las más justas posibles. (El extremo de negarse absolutamente a que se aprueben dichas leyes sí me parecería ignorar la voluntad de quienes ayer ganaron el referendo, pues es obvio que si votaron por el TLC es para que entre en vigencia, y eso entraña la necesidad de esa agenda de implementación.)

Espero no haber echado más leña al fuego. Quiero seguir creyendo que es posible empezar a construir cosas, las más convenientes de ahora en adelante, sin tanto pleito, sin ya tanto pleito...

6 oct 2007

el fantasma de una decisión (o: confesiones de un simple ciudadano…)

Léase este fragmento de "diario" como eco en negativo de este post de Xtian en su Fusil de chispas...

En los últimos cinco años, más o menos, Costa Rica poco a poco se convirtió en un país monomaniático. Al menos formalmente: un único tema llegó a dominar a toda la población, a las instituciones, las iglesias, las universidades, y por todas partes se instaló y allí sigue clavado como cuña dentro de familias enteras, enemistando amigos y acercando a desconocidos. Un efecto beneficioso fue que obligó a mucha gente a redescubrir algo que no sabían que tenían o habían olvidado: su discernimiento. ¿Cuándo, en la historia reciente del país (o, incluso, en la no tan reciente), algo había generado tal cantidad de debates, publicaciones, manifestaciones, memorandos tétricos, informes, escatologías, revelaciones de obispos eméritos, investigaciones serias y documentales y contradocumentales, cientos de posts y comentarios en blogs, grafitis, campañas publicitarias, discusiones y paralizaciones legislativas, programas de radio, etc., etc., etc…?

Enhorabuena. Eso es lo primero. En un país que, a juicio de algunos, no pasaba nada desde el Big Bang, algo sin duda ha pasado y sigue pasando. Eso es indiscutible.

Por otro lado, esta buena nueva –la de un país que parece haber empezado a encaminarse hacia una madurez política que tanta falta le hacía– también ha provocado una marea de conductas que, al menos a mí, me tienen absolutamente hastiado: debatir se convirtió en un deporte de insultos mutuos que ya cuenta con verdaderos campeones; infundir miedo, una estrategia usada a diestra y siniestra, es decir, por ambos bandos; recurrir a “argumentos” moralistas parece hoy en día una manera “natural” de convivir y pensar democráticamente: cada quien parece pensar y decir “yo soy bueno y por eso lo que pienso es verdad, y el otro, obviamente, es malo y lo que dice es falso”. En buena medida, hoy en día Costa Rica es un país en blanco y negro, y lo ha sido desde hace tanto que uno empieza a creérselo, y es triste, muy triste.

En esa división bipolar, ambos bandos han pecado de exageraciones y manipulaciones de información, y han hecho amenazas veladas y públicas. Creo que negarlo es simplemente volver al autoengaño moralista: no, nosotros no, solo lo han hecho los del otro bando… Habría que dejarse ya de cuentos y reconocer al menos que desde cierta perspectiva lo sucedido ha sido una guerra mediática, verbal, imaginaria, afectiva, y que ambos bandos han recurrido a un sinfín de argucias y artimañas que dejan mucho que desear… Podemos achacarlo a la novatez del proceso: nuestro país no pasaba por una decisión de estas dimensiones desde hace mucho tiempo...

Sobre este asunto quisiera destacar algo que me parece tan radicalmente inaceptable que no me lo puedo callar. Que un obispo emérito “insinúe” que es pecado votar por el “SÍ” es llanamente un retorno instantáneo a la Edad Media, a una época precrítica, preilustrada, premoderna y a todas luces aborrecible. La votación del domingo 7, dijo el obispo, es un debate “entre Dios y Satanás”… ¡Pero lo más lamentable para mí fue ver, no sé si por desesperación o simplemente oportunismo, a gente inteligente siguiéndole la corriente! En uno de los últimos debates televisivos, don Henry Mora, siempre lúcido y lleno de recursos, citó no sé cuántas veces al obispo y a la religión católica como autoridades infalibles para convencer a la gente a que votara “NO”; entrelíneas uno oía que, como el obispo es cura, es decir, bueno e impoluto por definición, y como tiene comunicación directa con Dios, es decir, con el Bien y la Verdad, hay que hacerle caso como niñitos buenos. Lo que más molesta es que el gesto implica tratar a las personas como imbéciles: como ustedes no son capaces de pensar por sí mismos, yo no me voy a tomar el tiempo de explicarles con razones lo que pienso, simplemente les digo lo que piensa Dios padre todopoderoso para que ustedes lo sigan como borregos…

En fin, ambos bandos en distintos momento han recurrido a satanizar a X y a endiosar a Y, actitudes llanamente deplorables, vengan de donde vengan. Es que el recurso más necio e infantil ha sido reducir este debate a una lucha entre “buenos” y “malos”.

Pero dejemos eso…

Cambio ligeramente de tema: alguien dijo recientemente en la blogosfera, lamentablemente no recuerdo exactamente dónde, que en estos momentos el voto “rebelde” ya no es por el “no” sino por el “sí”. Es decir, que el NO se convirtió en una corriente tan fuerte, que terminó por generar el poder de arrastrar a muchos que no sabían para donde coger y, muy probablemente, ya son mayoría. El país, tan dado a organizarse en sectas maniáticas (superargollas de gente que se identifica plenamente entre sí), tiene, por ejemplo, al 99.999% de sus artistas e intelectuales aliados al NO, con, sin duda, justas y ponderadas razones; pero, supongo que en parte por carecer de una división interna en cuanto a sus opiniones, han generado sin querer la ilusión (falacia, en realidad) de que votar por el NO es signo de inteligencia y votar por el SÍ signo de imbecilidad; lo cual ha conseguido generar adeptos al NO bajo el supuesto de que, como tanta gente inteligente votará NO, si uno vota NO efectivamente es –o se hará al salir del recinto– inteligente; lo cual, más bien, para mí demostraría que tal persona no lo es, pues estaría decidiendo su voto por influencias sospechosas y no por pensárselo bien y, en el peor de los casos, solo por quedar bien con sus “iguales”… Y el mismo argumento, pero moral, es igualmente válido: solo las personas solidarias votan NO, entonces, para ser persona solidaria, basta con votar NO, no importa si por el resto de mi vida me olvido absolutamente de hacer algo por esa gente empobrecida que digo defender en todos mis discursos…

En general, estoy de acuerdo en que llevar el debate a esos extremos es algo ridículo e inútil: que los del NO son solidarios e inteligentes, pacíficos, buena gente, no consumistas, gandhis en potencia, etc.; y que los del SÍ son egoístas y tontos, guerreristas, vivazos y explotadores, consumistas y materialistas y superficiales, etc… Simplezas. Hay gente inteligente y buena y sonsa y malvada en ambos bandos, y yo hubiera preferido –creo que muchos lo hubiéramos preferido– que el debate no se moralizara tanto; pero ya es muy tarde para eso…

Pero, en fin, más allá de todo esto, ¿por cuál opción, pues, votar?

Yo votaré el domingo por el SÍ y, al igual que Xtian en el post citado, he tomado la decisión después de años de leer artículos y periódicos, La Nación y el Semanario Universidad, y de escuchar incontables debates en la radio y en la TV, y de ver con pasión los documentales de Pablo Ortega y las respuestas a sus documentales, y de leer los informes de notables y otros no tan notables, y libros, y el tratado mismo, sí, que he intentado digerir en diversos intentos y de acuerdo a diferentes estrategias… He leído y he estudiado y he escuchado y he discutido y después de años de indecisión y de debates internos y externos, finalmente he decidido: SÍ.

Queda dicho, fuera del clóset... Pero un clóset en el que yo me debatía conmigo mismo, es decir, no uno en el cual estuviera recluido porque no quisiera que vieran “mi verdadera identidad”, sino por no tener yo mismo idea de cuál era, en este caso, “mi verdad”. Lo mismo que, creo, le ha pasado a muchos indecisos hasta el día de hoy. Hace años, cuando comenzaba este delirio nacional, esta manía o monomanía que degeneró en bipolaridad crónica, yo estaba convencido del NO. Incluso lo escribí en La Nación: me oponía a este TLC. Eso fue hace tres años y uno cambia mucho en tres años y lo peor que puede hacer es ensañarse uno consigo mismo, ser hipócrita consigo mismo o simplemente seguir pensando siempre lo mismo por miedo a cambiar de opinión o por miedo al qué dirán.

A mí se me haría insoportable la vida si desde ya y para siempre supiera qué voy a pensar al respecto de todo. ¿Y si uno supiera de antemano qué van a creer y pensar y decir siempre las personas que uno conoce, como si fueran títeres que simplemente repitieran una y otra vez lo mismo?

Uno no debe ser quien es solo por inercia, como si, al nacer, uno hubiera firmado un pacto eterno con cierta “identidad” que sería “pecado” violentar en algún momento de la vida. Uno debe ser quien es por discernimiento, y eso entraña debatirse consigo mismo siempre y tomar decisiones, arriesgadas, a veces, más seguras otras veces, pero decisiones al fin, a la luz de los contextos y las emociones, las razones, los posibles escenarios y los intereses y principios propios, y decisiones diferentes para situaciones diferentes, sin actuar, pues, como si hubiera en uno mismo una receta universal de uno mismo...

Yo, personalmente, estaba en una especie de clóset no por vergüenza, sino por una profunda indecisión “teórica”… Obsesivo como soy con los temas que me interesan, he leído y escuchado todo lo que he podido sobre el bendito tratado. Valga decir: la indecisión no ha desaparecido, pero es imperativo tomar hoy una decisión. Xtian, en su post, dice que votará NO bajo protesta; pues a mí me pasa exactamente lo contrario: votaré SÍ bajo protesta. Los dos, creo, somos simples casos de lo que deben estar pasando infinidad de costarricenses indecisos. Y todos, del SÍ o del NO en el momento de votar, igualmente arriesgados. Porque lo que no estoy dispuesto a aceptar es que haya, respecto de todo este asunto, una certeza que algunos posean y otros no. Todos, igualmente, nos estamos arriesgando con nuestra respectiva decisión.

Los lectores que habrán tenido la paciencia y la generosidad de llegar hasta aquí, preguntarán, bueno, ¿pero por qué SÍ? (Otros, supongo, más maledicentes, simplemente dirán: “este tipo se volvió imbécil –¡o ya lo era!–, o lo compraron los gringos”, y simplemente me convertiré en otro de sus objetos de humillación y escarnio… están en su derecho.)

...Y que si por estas palabras voy a perder amigos y el respeto de algunos familiares, pues eso me entristecerá hasta el fin de mis días; pero me entristecería más haber conservado amistades que solo lo eran porque pensábamos de manera idéntica en estas cosas o cualesquiera otras. Creo que una idea y una práctica de la amistad que no pueda ir más allá de la política, no es en realidad amistad –ni, casi, siquiera respeto humano– sino solo sectarismo: la capacidad de solo apreciar y respetar a quien piensa como uno y cree lo mismo que uno; equivale a declarar que quien no piensa como uno es inmoral o estúpido. Esto, en sí mismo, es un vicio político nefasto: atenta con reducir la vida en común –la vida política– a vida entre absolutamente iguales, es decir, no iguales en cuanto a derechos y oportunidades y deberes –lo cual es imprescindible– sino iguales incluso en opiniones, en creencias, en “verdades”. Yo quiero saber querer y respetar a quienes tienen ideas y razones opuestas a las mías, incluso cuando parecen excluyentes y precisamente porque lo parecen: la amistad no radica en apreciar solo al idéntico a mí, sino que nace del esfuerzo por comprender y aceptar a otro radicalmente diferente de mí. Lo primero, querer solo la identidad, me parece tan simple que no puedo concederle mucho valor. Y algo similar debiera motivar las relaciones de "fraternidad" entre conciudadanos...

Y la posibilidad de aprender a respetar y apreciar al radicalmente diferente de uno mismo pasa por esforzarse por escuchar a los otros sin prejuicios. Al principio de estos debates nacionales, hace tres o cuatro años, llegue a estar convencido de que había que rechazar este TLC y, partiendo de dicho convencimiento, escuchaba debates y leía textos sin prestar verdaderamente atención: ¿para qué, si yo estaba seguro de la verdad, si consideraba que mis razones eran irrefutables, si creía en ellas absolutamente? De esto, por supuesto, solo me di cuenta después, no sé exactamente cuándo, espontáneamente. Y entonces me esforcé por empezar a escuchar y leer como si yo no tuviera ninguna decisión tomada, ni ninguna certeza previa. Poco a poco empecé a creer que me había equivocado en algunas de mis razones y conclusiones, y que otras que antes me parecían flojas o simplemente falsas, tal vez no lo eran tanto. Al menos, que las cosas eran mucho más complejas…

¿Qué es lo que hacemos, pues, cuando, por ejemplo, escuchamos o participamos en un debate creyendo que nuestro punto de partida y de llegada es inmutable, incontestable, y que nada ni nadie lo va a poder cambiar? No sé cómo llamarlo, pero sí sé que no es debatir; o sí, pero entonces no es ni dialogar ni negociar, sino simplemente enfrascarse en una lucha de imposición, un juego de suma cero donde solo podría haber un ganador. Algo así como una lucha entre dos fes irreconciliables. Algo, pues, sin futuro: creer X y punto; creer Y y punto (o decir SÍ y punto; o decir NO y punto). Mi esfuerzo por no creer nada (es decir, por suspender mi decisión hasta hoy, sábado 6 de octubre, un día antes del referendo), y por escuchar y leer todo sin una decisión o fe u opinión previamente asumida como innegociable, hoy, pues, tras ese esfuerzo tan difícil, he decidido finalmente votar SÍ; y no solo eso, he decidido también decirlo, aquí por ejemplo.

Ahora bien, es obvio que hay muchas razones para el no y hay muchas razones para el sí. Creo que nadie, ni siquiera un obispo emérito, tiene la facultad de prever límpidamente el futuro ni de anticipar todas las minucias económicas, políticas, geopolíticas, etc., que determinarán los eventos por venir; pero algo, en definitiva, debe inclinar la balanza, pues la indecisión solo sirve como herramienta heurística hasta que llega el momento impostergable de –en este caso– decir sí o no.

Yo prefiero inmensamente las situaciones en las cuales no es necesario llegar a una disyuntiva de este tipo, situaciones en las cuales se puede mantener la negociación sin tener que llegar a una opción excluyente y tomando, en cambio, decisiones mínimas que intenten mediar entre los “opuestos” o “diferentes”; pero también entiendo que a veces eso no sea posible, al menos no en el mundo que habitamos hoy en día.

En ese sentido, creo que el esfuerzo habría que dirigirlo a intentar, de todas las maneras posibles, crear contextos –económicos, sociales, políticos, interpersonales, etc.– en los que no sean necesarias ese tipo de decisiones tajantes, en las cuales siempre se pueda negociar un matiz y luego otro y avanzar poco a poco, tratando de incluir en las decisiones, las organizaciones, las instituciones, todas las posiciones reales o la mayoría, es decir, a todas las personas y sus más diversos intereses… Por esto, en parte, creo que lo más importante no es la decisión (sí o no) sino lo que haremos después de tomar la decisión (cuando, justo después, el 8 de octubre, ya otra vez podamos volver a un escenario no presionado ni exigido por una decisión excluyente…).

Hay toneladas de información sobre el TLC y ya no es hora de resumir sus temas ni de profundizar en ellos. Solo diré un par de cosas: Consideré muchas razones para el NO, y la fundamental, para mí, es el tema de propiedad intelectual, con exigencias más fuertes que las de la misma OMC: algo imperdonable. Por otro lado, como no creo en los nacionalismos ni en ningún tipo de aislacionismo ni de metafísicas de la identidad nacional, etc., por esos lados no me pescó nunca el NO; además tampoco me gusta perder tiempo visualizando escenarios apocalípticos, el mundo ha estado tantas veces supuestamente tan cerca del fin que me parece harto improbable que un cataclismo llegue en la forma de un TLC; las extinciones de la soberanía y, por ejemplo, el saqueo del subsuelo marino también me parecen exageraciones, o bien, peligros contra los cuales puede legislarse desde Costa Rica con herramientas provenientes de la Constitución, del mismo TLC y del derecho internacional. Más sensata me parece la perspectiva de que la mayoría de trabajos que genera este tipo de tratados tienden a ser miserables, puestos para robots, maquileros, de operadores telefónicos, es decir, puestos que no representan una carrera en la cual una persona pueda superarse, sino puestos mecanizados y de estancamiento profesional, etc. O los argumentos de que, en el caso de telecomunicaciones, por ejemplo, la competencia que se genera no es muy ventajosa por la creación de pseudomonopolios privados que, como las empresas actuales de cable en el país, simplemente se reparten el mercado sin competir para verdadera ventaja de los consumidores...

Pero, por otro lado, tampoco me parece probable que los agricultores, en general, estén en peligro de extinción si se aprobara el TLC. El mercado estadounidense es enorme para productos agrícolas; la función del estado sería ayudar a los que podrían verse desfavorecidos a entrar en ese mercado, con agendas de desarrollo agrícola que dependerían de la voluntad política de Costa Rica, nada más, y no de preferencias que EE.UU. ofrecería por su cuenta y que también eventualmente podría eliminar. Nuestra tarea sería tener la creatividad, la voluntad y la fuerza para idear esa agenda y exigir su cumplimiento, lo cual dependería en buena medida de factores ajenos al TLC. Las mismas ideas valdrían para un eventual tratado con la Unión Europea, donde también hay subsidios que afectan a los productores nacionales; y algo relacionado: ¿sería tan sencillo participar con el resto de América Central en un TLC con la UE tras el precedente de no participar con ella en el tratado con EE.UU? Aparte del problema de la unión aduanera centroamericana, aspecto que también se complica si rechazamos este TLC. Otro asunto: no creo que sea sensato hablar de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe como de algo “permanente”. Depende, por un lado, del Congreso de EE.UU., y, por otro lado, de la OMC: en ambos casos, contextos externos a Costa Rica y obviamente ajenos a nuestro control. Esto es algo que, en mi ingenuidad sobre temas de fondo económicos, me ha costado comprender: ¿por qué va a ser mejor la ICC que este TLC si, con la primera, son los EE.UU. y lo que suceda en la OMC –es decir, factores ajenos a Costa Rica– los que determinan las preferencias arancelarias –o su eliminación– con las que los productos costarricenses entran en EE.UU? Digo, a veces me da la impresión de que con la ICC dependemos más de países extranjeros que de nosotros mismos, y no menos.

Desde otro punto de vista, creo en el comercio, no solo como generador de riqueza económica sino, incluso, como una manera o una excusa para poner en relación a los países y a las personas; y creo en las relaciones cada vez más complejas entre las personas y los países: el intercambio siempre es una buena manera de evitar la guerra, la violencia, el odio, etc. La falta de relación con otros es la vía más rápida para pensar que son nuestros enemigos. Y obviamente preferiría que los tratados de comercio fueran de comercio justo y no de comercio “libre”, pero por ahora no lo son y el esfuerzo habría que darlo por convertir el comercio que ya existe en uno cada día más justo; mi pregunta ha sido entonces si rechazar este TLC sería un paso para crear comercio justo o un paso en contra del comercio en general.

Creo, también, que generar riqueza debe ir acompañado de distribución de riqueza. Pero si no hay leyes ni un aparato institucional y judicial capaz de hacerlo, la respuesta inteligente, me parece, no es rechazar la generación de riqueza, sino ocupar toda la energía posible en la creación de esas instituciones y legislaciones que sean capaces de distribuirla. Si el mismo empeño, fuerza, creatividad, lucha, inteligencia, etc., que la campaña del NO ha dedicado a rechazar el TLC, se dedicara (en el caso imaginario de que el TLC fuera aceptado por los costarricenses) a forzar la creación de leyes e instituciones capaces de distribuir más equitativamente la riqueza que puede generar ese comercio y, por consiguiente, disminuir la desigualdad, me parece altamente probable que podríamos conseguirlo, y más aún porque, en esto, muchísimas personas que ahora apoyan el SÍ se unirían a las personas que han apoyado el NO (tendríamos, finalmente, un objetivo común). Lo inexplicable es que casi siempre parece haber más fuerza, energía, creatividad, empuje, etc., para oponerse a algo que para crear y fomentar algo.

Me parece, pues, que lo más sensato –o el mejor de los mundos posibles– sería: generar mucha riqueza gracias a todo tipo de intercambios comerciales –con EE.UU., con Europa, con China, con nuestros vecinos centroamericanos, etc.– y gracias a leyes que verdaderamente apoyen a los pequeños empresarios y los ayuden a crecer; y, al mismo tiempo, crear las estructuras jurídicas, fiscales, judiciales, sociales en general, capaces de distribuir esa riqueza y disminuir cada día más esa asquerosa desigualdad que es la peor peste de los países latinoamericanos. Esto implica hacer la misma guerra que se ha hecho contra el TLC –y, en la manera, la organización, la fuerza de esa lucha, creo, hay que quitarse el sombrero ante el NO– en contra de la corrupción, de la evasión fiscal, de la ineficiencia en el uso de los recursos públicos, de la excesiva burocratización de absolutamente todo en Costa Rica, en contra de las agendas de desarrollo que solo son discursos y promesas y no hechos concretos, y a favor de una legislación que pueda implementarse en la práctica y hacerse cumplir. Y habría que hacerlo sin renunciar jamás a la legislación laboral que ya tenemos y nos distingue, y a la educación pública y a la seguridad social que ya tenemos y nos distinguen. ¿Qué pasaría si la misma energía que se ha desatado en todo este proceso en Costa Rica, tan enriquecedora, que ha despertado al país entero, se utilizara para esos propósitos?

Ciertamente, desde el NO es posible decir que todo eso está muy bien, pero que es más fácil lograrlo sin TLC que con él. Y ese, al fin de cuentas, es el meollo de todo este asunto. ¿Es más fácil llevar a cabo esa lucha contra la desigualdad y a favor de la prosperidad de cada vez más cantidad de personas, con o sin este TLC? Como dije, al comienzo de estos debates, hace años, yo pensaba que sería infinitamente más fácil sin este TLC. Pero después de años de hacer lecturas y escuchar conferencias y debates, he llegado a creer que, en el contexto mundial actual y probablemente por venir, será mucho más difícil sin tratados de comercio y, específicamente, también sin este tratado con EE.UU. Lo cual produce al instante la otra posibilidad que se ha defendido en este gran debate nacional: entonces lo mejor sería rechazar este tratado con todos sus errores e inconveniencias y negociar otro. Y eso, en efecto, suena muy bien; hasta hace muy poco yo también lo creí y lo defendí en algún momento: la solución era renegociar el tratado.

Sin embargo, en este como en tantos otros aspectos tampoco hay nada seguro, ninguna certeza, es decir, especulan tanto quienes insisten en que es renegociable como quienes insisten en que no lo es. Y también especulan quienes están absolutamente seguros de que en una renegociación efectivamente conseguiríamos, en todo, mejores condiciones que las actuales. Es decir, especulan principalmente porque no depende solo de la voluntad de Costa Rica sino de la voluntad de Washington, y eso es hartamente complejo: los contextos políticos en EE.UU. son volubles y están enteramente fuera de nuestro control. Por eso me parece irresponsable afirmar una u otra cosa como si fuera una certeza: no tenemos idea de lo que harán en el futuro los estadounidenses. De nuevo, hay que arriesgar la decisión.

Otro argumento fuerte sobre el cual se ha comentado mucho: que con TLC cambiaría el modelo de país, el modelo de desarrollo, etc… Y, posiblemente, sea cierto; pero no creo que al nivel que muchos auguran con terrible oscurantismo. Tampoco, como otros insinúan, creo que haya que temerle a eso porque el cambio en general sea malo y haya una especie de deber cósmico con mantener las tradiciones de un país… La tradición de un país, tanto como la identidad de una persona, cambia, evoluciona, y está bien que lo haga porque de otro modo moriría, estancado, convirtiéndose en piedra que, sin más opción que “estar”, solo se cubriría de polvo… La lucha y el esfuerzo sería por lograr que los cambios que hayan de venir no atenten contra los logros únicos de los que ya disfrutamos en educación pública, seguridad social, legislación laboral, etc., etc., y que más bien los complementen e incluso mejoren.

Peco de ingenuo, ya lo sé, me lo han dicho… Pero no creo que sea ingenuidad; tal vez me equivoco, pero más me parece atrevimiento: es más conveniente apostarle a lo más difícil –si el premio va a ser mayor– que a lo más seguro. En otras palabras, no me parecen excluyentes la riqueza económica y un estado ocupado de crear y sostener y mejorar las condiciones necesarias para el bienestar y la prosperidad de todos sus ciudadanos (en salud, educación, igualdad de oportunidades, al vigilar que unos no exploten a otros, en distribuir equitativamente el ingreso, etc.). La creatividad, la particularidad costarricense estaría, a mi juicio (y esto sería más heroico) en hacer lo que otros países no han sabido hacer bien: no me refiero a rechazar tratados de comercio, sino a tener tratados y a la vez mecanismos reales y eficaces para la distribución de la riqueza, la disminución de la desigualdad y la creación de prosperidad. Por ejemplo: crear riqueza como Chile pero manteniendo y reforzando la CCSS, la universalidad de los servicios de energía y telecomunicaciones, la educación pública, etc… Ese sería, para mí, el mejor escenario posible; es decir, no uno que excluya el crecimiento económico –satanizándolo o no– solo por mantener los beneficios sociales existentes en salud y educación; ni uno que excluya los beneficios sociales por crecer económicamente; sino uno que fomente el crecimiento económico y al mismo tiempo el crecimiento (fortalecimiento, mejoramiento, etc.), de los servicios de interés social y en general todo lo que promueva la prosperidad de cada vez más personas…

El esfuerzo, pues, habría que darlo siempre por intentar conseguir el mejor escenario posible, en lugar de quedarse con el más o menos bueno que ya se tiene por temor a fracasar en uno nuevo. Y esto, creo, es cuestión de talante (no de moralidad): unos prefieren arriesgarse y otros prefieren quedarse con lo que ya tienen seguro, y las dos, en diferentes casos y momentos, bien podrían ser las mejores decisiones; pero el punto es que no puede haber una receta válida para todos los casos. Y, en este caso, en definitiva, no me parece que el tratado incluya una normativa tal que le hiciera imposible a Costa Rica lograr aquellos objetivos que son comunes tanto al SÍ como al NO.

Si uno puede juzgar estos temas sin recurrir al hígado y sin prejuzgar moralmente, son este tipo de “apuestas” las que decidirán en buena medida las políticas del presente siglo: ¿hasta dónde estaremos dispuestos a llegar, en cuanto a cambios se refiere? Las nuevas tecnologías nos obligarán a tomar muchas decisiones similares en el futuro próximo: ¿nos arriesgamos a permitir la clonación por motivos terapéuticos, por ejemplo, o, por temor a la creación de “frankensteins” y “mundos felices”, nos conformamos con lo que ya tenemos, aunque eso implique, por decir algo, no curar la distrofia muscular, o que mueran incontables personas por no contar con un riñón para que les realicen un trasplante, etc.? No es tan improbable que dentro de algunos años estemos haciendo referendos para decidir asuntos biotecnológicos y sobre el uso intensivo de tecnologías en el cuerpo humano. Y uno puede oponerse todo lo que quiera a la evolución tecnológica, pero no puede evitarla ni detenerla, pues eso sería frenar de golpe algunas constantes de la “naturaleza humana”: la curiosidad, la inventiva, el impulso de crear con libertad…

Ahora bien, ¿por qué pensar de antemano que es imposible construir aquel “mejor escenario”, es decir, no tener que elegir entre riqueza y crecimiento económico, por un lado, y fortalecimiento y mejoramiento de las instituciones y los servicios sociales, por otro?

He escuchado a muchos intelectuales burlarse de Alberto Trejos –entre otras víctimas similares– cada vez que dice algo semejante. A veces, el “razonamiento” velado parece ser el siguiente: como los tipos que defienden esas cosas son cerdos capitalistas y egoístas, etc., eso que dicen debe ser pura paja y en realidad no les interesa y, por lo tanto, es imposible. Un “razonamiento”, al menos, débil: primero, asume y generaliza que toda la gente que comparte ese pensamiento es inmoral y egoísta, lo cual, además de falaz, sí me parece un pensamiento inmoral, pues más inmoral es quien afirma que otro es inmoral sin conocer sus actos, sus gestos cotidianos, sus costumbres, sus sentimientos, etc. Pero además es derrotista: asume que solo es posible seguir cursos de acción si hay un solo ganador absoluto, es decir, asume que la verdadera negociación es imposible y, por asumirlo y no porque lo sea, la hace imposible.
En una fórmula: asumir que una tercera opción entre dos aparentemente excluyentes es imposible es lo que la hace definitivamente imposible.

Y ya sé que el mismo argumento puede darse a la inversa, es decir, que sin TLC también se pueden buscar esos dos objetivos a la vez: el de crear riqueza y saber distribuirla, etc… Y es cierto; pero entonces dependería –cuál caso parezca más viable– del contexto en el cual se toma la decisión, es decir, del contexto regional y mundial en el cual le va a tocar a Costa Rica vivir sin TLC o con TLC. Porque obviamente este TLC no lo estamos discutiendo “al vacío”, sino en un momento histórico nacional e internacional particular, es decir, en un contexto dado y ajeno a nuestro control. Dicho de otro modo: si este TLC no tuviera un contexto dentro del cual hay que decidir en contra o a favor, yo sería el primero en rechazarlo. Pero en el contexto político y económico mundial de la actualidad me parece mejor tenerlo que no tenerlo y, si ese contexto cambiara sustancialmente en el futuro próximo –y Costa Rica, tanto como cualquier otro país, puede con TLC seguir ejerciendo presión para que siga cambiando, por ejemplo hacia un comercio más justo que “libre”, etc.– pues siempre será posible abandonarlo y salirse del tratado en ese eventual futuro próximo donde sería mejor ya no tenerlo. Pero estamos donde estamos y las decisiones no se pueden tomar a espaldas del contexto mundial, como si Costa Rica pudiera ejercer el mismo control que ejercerá con su voto sobre el TLC sobre las decisiones de los demás países y economías del mundo al respecto de si van a querer hacer nuevos tratos con nosotros en las condiciones que nosotros queramos: ¿tenemos, hoy, ese poder de palanca?

Si el ejemplo de fuerza, de valentía, de alegría, de creatividad y de resistencia que han demostrado los cientos de miles de ticos que han apoyado el NO, fuera seguido para apoyar y crear la legislación y las instituciones necesarias para que el TLC, de ser aprobado, se convirtiera en una herramienta útil para la gran mayoría de costarricenses, y para que no implicara menoscabos a la seguridad social ni a la educación ni a los servicios básicos, seguramente seríamos capaces de mantener todos esos servicios y de mejorarlos y, a la vez, contar con un país, en general, más rico (esto quiere decir, para mí: donde cada vez más personas tengan las oportunidades necesarias para vivir vidas más prósperas), y eso también quiere decir: con más margen para actuar, e incluso para actuar internacionalmente. La pregunta sería si somos capaces de generar y usar la misma fuerza para afirmar que para negar, para crear que para rechazar. (De nuevo, no ignoro que sin TLC también se puede usar esa fuerza y esa creatividad para crear esas condiciones, mi punto ahora es que por los contextos actuales, eso sería más complicado y su éxito más improbable.)

En suma, que, considerando todos los aspectos, la ICC, la OMC, los posibles cambios en el gobierno de EE.UU., el futuro de un posible trato con Europa y la puerta que se ha abierto hacia China, las ventajas de una unión aduanera y política con los demás países centroamericanos, etc., creo que el peor de los males sería enfrentar cada día más obstáculos para establecer relaciones comerciales, y que eso sería lo que, eventualmente, pasaría si rechazamos este TLC. Por otro lado, aprobarlo no implicaría dejar de luchar por un comercio realmente justo, ni por estrategias de desarrollo sostenible y de creación de igualdad; y la lucha habría que darla también fuera de los ámbitos nacionales, en la OMC, en Naciones Unidas, con la creación de comunidades políticas cada vez más amplias y, por eso mismo, más poderosas (en nuestro caso, algún día, ojalá, una verdadera comunidad centroamericana); con la creación de alianzas y consensos en los organismos internacionales mediantes los cuales los países menos adelantados, al presionar juntos, pudiéramos algún día, finalmente, frenar la codicia siempre colonizadora y pantagruélica de los países más ricos.

En fin, creo que toda la energía, la creatividad y las especificidades de los costarricenses debieran orientarse a enfrentar los males que traería este TLC y a buscarles soluciones, que, de esto sí me siento seguro, no son imposibles aunque puedan ser en algunos casos muy difíciles (pensarlas imposibles de antemano sin duda sí las haría imposibles). Sin el TLC, en el contexto mundial actual (y no en un mundo de ensueño donde todo, evidentemente, sería más fácil) creo que las soluciones –también posibles, obviamente– simplemente serían más difíciles para el país.

Finalmente, sé que puedo estar totalmente equivocado, y mi decisión parte de reconocer esta posibilidad, la cual, vista por su reverso, no es más que el deber radical de asumir la responsabilidad por las decisiones tomadas.

En el último instante, en el centro inasible de todos los argumentos y posibilidades y teorías y pasiones, lo más importante es esto: hoy hay que decidir y aceptar la responsabilidad de dicha decisión. Porque el problema –lo mismo sucede en la vida personal de cada uno– no es decidir sino asumir la responsabilidad de las consecuencias que traiga cualquier decisión que tomemos.

El fantasma de la decisión debe seguir a nuestro lado todos los días después de tomada una decisión, de otro modo la decisión sería irresponsable y, prácticamente, ni siquiera hubiera sido una decisión sino solo con un capricho o una acción mecánica. Una computadora, por ejemplo, toma “decisiones” a cada instante, según las reglas y los programas y objetivos que hayamos puesto en ella, pero obviamente esos cursos de acción no son decisiones, en el sentido humano, y, entre otras cosas, porque no entrañan responsabilidad.

La decisión verdadera siempre es arriesgada y exige una responsabilidad radical. En adelante, habrá que asumir las consecuencias de nuestra decisión, y, gane el NO o gane el SÍ, seguir ojalá con las mismas ganas discutiendo sobre cómo resolver los problemas de nuestro país, es decir, de las personas que lo habitamos ahora y lo habitaremos después.

29 nov 2006

encuesta sobre tlc

La Escuela de Estadística de la UCR publicó los resultados de su más reciente encuesta sobre el TLC, vale la pena ver los datos, aquí (pdf).

24 nov 2006

Costa Rica Miami bis

Hace unos días escribí aquí mismo un texto motivado por el TLC.

Mi amigo George G. ha hecho hoy una
concienzuda crítica en los comentarios a ese post.

Hace un rato, estaba contestándole a mi vez su comentario cuando caí en cuenta de que era tan extensa mi respuesta que mejor sería postearla por aparte.

Lo que sigue, pues, es una conversación en curso con George G.



Excelente réplica, querido George. Tras leer tu comentario, te daría razón en algunas cosas, en otras no. Voy en orden:

¿Cómo sabés vos (o cualquiera), con tanta certeza, qué quiere o sueña o prefiere la "generalidad" de la población del país? ¿Es que el 75% de los votantes que no votaron por OA se oponen al TLC y al capitalismo y al mercado y al consumismo, etc.? ¿Cómo saberlo con tal certidumbre matemática?

Creo que tenés razón en que si unos y otros reducen las cosas a llamarse igualmente "imbéciles e inmorales" eso no implica que ninguno de los dos efectivamente tenga razón. Probablemente alguno la tendrá. El punto era que "discutir" en esos términos, en ese estilo, cargado de prejuicios y ataques personales, etc., para lo único que sirve es más bien para velar la posibilidad de tener y mostrar la razón (o hacer imposible la discusión racional).

No sé qué quiere decir (te cito): "La diferencia NUNCA puede existir en términos del mercado capitalista (¿debo respetar la diferencia de quién me garrotea? NO!)"

¿Implica eso que decís que TODOS los que apoyan el "mercado capitalista" te garrotean, a vos o a mí o a los empobrecidos en general, y que, además, lo hacen con la intención malévola de garrotear, etc? Es decir, según tu frase, ¿debería yo pensar que, por ejemplo, los familiares y amigos míos que apoyan "el mercado capitalista" y creen que es un buen sistema, etc., son viles garroteadores y encima TONTOS simplemente porque trabajan para Intel o Hewlett Packard y quieren comprarse una mejor casa, etc.? ¿Son viles simplemente por eso, andan con un garrote oculto, odian a todo el mundo, le pegan a la mujer, asesinan niños, son MALOS por definición y enteramente?

Por otro lado, habría que ver que se entiende por "diferencia". Al menos en una sociedad como esta la gente no tiene un PROGRAMA previo sobre lo que debe ser y hacer, o sobre qué debe querer y cuáles deben ser sus "sueños". Uno puede elegir ser profesor o ingeniero o bailarín o cuidador de perros; y puede elegir si le gusta ver las series de TV gringas sobre forenses o si prefiere ver nada más canal 13. Y aunque falta ganar batallas civiles al respecto, incluso puede la gente ser gay o no serlo, por ejemplo. Además, hasta donde sé aún no lo matan a uno ni lo meten preso por escribir o decir lo que le venga en gana. (Hasta hace poco ninguna de las cosas anteriores se podían hacer tranquilamente, por ejemplo, en Cuba.) El caso de Parmenio, por ejemplo, no es el de un muerto por represión política, sino por intereses económicos de ciertas personas específicas.

En fin, yo prefiero la posibilidad de vivir en un país donde se pueda ser cada día más diferente (es decir, más parecido a lo que uno quiere ser), y no uno donde se decida -previamente a cualquiera de mis decisiones posibles- qué debo hacer, quién debo ser, en qué debo creer. Y lo ÚNICO que digo aquí es que ese mercado que tanto despreciás sí permite el surgimiento de ese tipo de diferencias (de gusto, de estilo, de placeres personales, de si soy gay o heterosexual o me gusta ponerme aretes en los pezones o me gusta vestir de traje entero o prefiero andar en chancletas o tener el pelo largo o corto, o si quiero trabajar como bestia para ganar o prefiero un trabajo sereno con menos ingresos, o si me caso con una china o india o nica o gringa o X o Y o Z etc etc etc.)

Por supuesto, está el tema de la diferencia económica, donde, claro, ahí sí, unos disfrutan garroteando a otros. Pero esto muy complicado: ¿Qué habría que hacer, eliminar por la fuerza la diferencia económica? Sí, ya sé, se me dirá al instante que esa diferencia se ha impuesto y creado por la fuerza, y que entonces sí habría que derrocarla por la fuerza. Pero ¿cuál fuerza podría hacerlo? Y digo esto tan escépticamente simplemente por en esto no confío en los seres humanos: creo que algunos seres humanos siempre van a tener la curiosidad y el deseo de tener más que otros y de hacer las cosas de otro modo de como alguien/algo dice que hay que hacerlas, aun si es la mayoría. Y creo que evadirnos de esto y hacer como si, de pronto, por decreto de un gobierno justo (¿el que habría eliminado por la fuerza la diferencia económica?) todos nos haríamos milagrosamente justos y buenos y no intentaríamos ya nunca más explotar a otro o simplemente tener o crear algo más o algo diferente, etc., no es más que una ingenuidad. ¿Por qué la gente no se hace toda cristiana, en sentido real, y vive como Cristo voluntariamente, o budista, o por qué voluntariamente una inmensa mayoría de gente no viviría como Gandhi, a pesar de admirarlo sinceramente?

Es decir, no se puede partir de la idea de que el “mal” hay que eliminarlo por la fuerza porque entonces después, naturalmente, vendría el “bien”. Lo cual no quiere decir que no haya que hacer nada. Solo que no se puede asumir que al eliminar por la fuerza algunos malos ya no va a surgir al instante otros malos o peores.

Por ejemplo, ¿después de cuántas “revoluciones” reales no se han creado y muy rápidamente nuevos “ricos revolucionarios” que toman las riendas de otro Estado “nuevo” pero en eso muy parecido al anterior?

Más preguntas (y si hago estas preguntas es porque yo NO tengo las respuestas): ¿La justicia sería que todos tengamos lo mismo por “decreto”? ¿Que no hubiera diferencias económicas por decreto? Que, por ejemplo, aunque una persona X quisiera (porque le gusta, porque lo disfruta, etc.) trabajar mucho más que una persona Y, ¿las dos tuvieran que tener el mismo poquito? ¿No sería más justo intentar pensar otra manera de resolver este asunto de las diferencias sin que la “respuesta” implique tener que sacrificar alguna de ellas? A mí, por ejemplo, es por este tipo de cosas que me suenan mucho más sensatas ideas de micropolítica o microrrevolución, de luchas puntuales que logran cambios concretos y contextuales, pragmáticos y ojalá institucionales, que diatribas mesiánicas o posiciones “totales” que creen tener todo el terreno claro y todas las respuestas ya conseguidas. Yo no creo, por eso, en cambios teledirigidos de arriba abajo, centralizados; creo que las cosas podrían mejorar más eficazmente si las mejoras fueran el resultado de cambios mínimos y cotidianos pero muy bien distribuidos (esto tiene que ver con teorías de “complejidad” y “emergencia” sobre las que no viene al caso extenderse ahora…), y en buena parte eso implica si son resultado de cambios personales (no de los Estados como grandes “todos” torpes para ver a las personas en su “concretitud” o especificidad, y no solo como estadísticas).

En fin, yo, por lo menos, creo tener derecho a (si así me da la gana) trabajar catorce horas al día si haciéndolo puedo comprar una casa cómoda y agradable para mí y mi familia. ¡Pero creo que también tengo derecho de no hacerlo y echarme en la cama todo el día! Con la diferencia de que si me echo en la cama todo el día no veo por qué nadie (ni el Estado) deba regalarme una casa. Y esto, por ejemplo, sí creo que sea una diferencia de ideas y no de imposición. Esta es mi idea, mi estilo, mi personalidad: yo creo (no porque me lo impongan así Oscar Arias o las Cámaras de Industrias o los gringos etc.), que uno debe ser y tener y contar con lo que merece, es decir, que en la vida uno tiene que ganarse la vida que quiere merecer.

Ciertamente es una mierda que, por como son las cosas ahora, sí hay estructuralmente causas de sobra que les imponen condiciones terribles de pobreza a mucha gente, por pésima educación, por pésimo uso de recursos públicos, por bandas de corruptos, etc. Es decir, que mucha gente que merecería mejores oportunidades ciertamente no las consigue. Pero no creo que de esa injustia se siga que yo, por ejemplo, deba perder mi derecho a querer más y a decidir cuánto y por qué trabajar, e incluso, si tuviera algún talento para eso, a hacer negocios e importar o exportar si eso me trajera mayores beneficios. Lo ideal, creo, sería encontrar la manera de no eliminar este derecho al tiempo que se mejoran sustancialmente las condiciones para que otros más puedan compartir también el mismo derecho, tras haber tenido las mismas condiciones y ventajas en cuanto a educación, salud, etc...

Entre muchos otros factores, para que eso fuera real el mercado tendría que ser efectivamente libre y justo, y no ese remedo de "libertad" que incluyen los tratados como ese que nos tiene aquí debatiendo. Por eso decía en mi texto que uno puede (sin tener que ser condenado como imbécil e inmoral por ello) no creer en las supuestas ventajas de ESTE tratado, y sin embargo no suscribir toda esa escatología contramercado, contracapitalista, etc., ni ese lenguaje conspirador, insultante, inquisidor, iluminado, moralista, apocalíptico...

Algo más, George: si fue una minoría RIDÍCULA la que eligió a OA, ¿dónde estaba y qué hacía la MAYORÍA NO RIDÍCULA? Si son tantos y tan inteligentes, ¿por qué no votaron todos masivamente en contra? Además, ¡ahora resulta que no solo OA es malévolo y satánico, sino también lo son los 600000 TICOS que votaron por él! ¡Pobres 600000, o les lavaron el coco o son imbéciles de nacimiento! ¿Por qué tanta falta de respeto? Yo conozco gente que votó por OA y que es gente muy inteligente (esto no es una contradicción), gente que respeto y que me consta que es además gente decente. Es por este tipo de cosas que creo que debiéramos evitar ese lenguaje generalizador...

Luego, varias veces me atacás veladamente como “relativista” (un derrideano huele esos tufillos desde muy lejos), como si todo me diera lo mismo o yo estuviera diciendo que “todo vale lo mismo”. ¡Por favor, si estoy diciendo justamente lo contrario! Si todo valiera para mí lo mismo, pues lo mismo me daría vivir en Venezuela, Cuba, España, Costa Rica, Nigeria, Haití, Irlanda o Japón. Y evidentemente tengo clarísimo en qué tipo de sociedad y lugar preferiría vivir. Por algo defiendo algunas cosas y no otras… O me daría lo mismo, por ejemplo, si se arreglaran o no las calles, o si se lograra o no sacar cada día a más corruptos de las instituciones públicas, o si hubiera o no que pagar impuestos, etc…

Tampoco creo que “Cualquier decisión política vale lo mismo”. No podría soportarme a mí mismo si fuera tan estúpido. Y tampoco me gustaría que mis amigos me creyeran tan estúpido. Es que si creyera eso, me daría lo mismo, por ejemplo, que gobernara el país un caudillo fascistoide o un caudillo populista, o me daría lo mismo tener derecho a una casa de mi propiedad y diseño o solo tener derecho a vivir en un cuarto despoblado que el Estado eligiera por mí... Evidentemente eso no me da lo mismo ni creo que valga lo mismo…

Creo, por lo demás, no estar atacando “a quienes RESISTEN por el simple hecho de resistir”. Creo que mi “ataque”, si es que lo había, era contra una retórica y un estilo que me parecen enfermizos y que se repite por todo el espectro de posiciones pro y contra: la reducción de la tan deseada “razón” a un conato constante de pleito: cada vez que alguien dice que va a dar un “argumento”, no puede evitar usar algún lenguaje insultante, cargado de prejuicios y ataques personales o de palabras simplemente peyorativas y descalificadoras. Eso fundamentalmente es lo que me asquea, venga de donde venga, de izquierda o derecha o arriba o abajo, del cielo o del infierno.

Más: Que habría que atacar –decís– a quienes tienen “las condiciones de su parte”. Bueno, pues sí, si se las han ganado robando, garroteando, matando, explotando a otros, excluyéndolos, etc. Pero no simplemente porque tengan dinero. Eso se llama envidia y resentimiento. Se puede y debe atacar la corrupción, los intereses creados, el uso de fondos públicos para enriquecerse, el robo flagrante, las mafias, la explotación, todo eso se puede y se debe atacar y ojalá erradicar judicial y políticamente. Pero lo que sigo sin aceptar es esa generalización que reduce y equipara a todos quienes tienen “condiciones de su parte” con criminales. Aparte de una simpleza, creo que es también una evasión y una irresponsabilidad: yo, por ejemplo, no creo ser pobre (o no-rico) porque mi pariente tal y tal o mi vecino cual y cual hayan trabajado por cuarenta años de sol a sol para ganarse bastante más dinero que yo.

Digo, una cosa es que estructuralmente nuestros sistemas políticos estén viciados y por eso mismo puedan ser manipulados por parte de tanto bicho… y otra muy distinta es irrespetar y condenar moralmente, por igual y sin distingos, a quienes se esfuerzan por hacer y ganar lo que desean hacer y ganar. Creo que es un matiz que se puede respetar sin llegar a radicalismos y, de nuevo, generalizaciones y más insultos.

Qué sea, finalmente, una “verdadera” diferencia, como terminás inquiriendo, es un enigma que me confieso incapaz de resolver… Creo que la diferencia, en el sentido más radical del término, es precisamente aquello que impide que una de tantas posibles diferencias pueda declararse absolutamente verdadera contra todas las otras posibles, de hoy y de mañana. ¿Cuál diferente, cuál otro, cuál persona diferente de otras, tendrá entonces el derecho de declararse poseedor de una verdadera diferencia y de condenar entonces las diferencias “falsas” de los demás? ¿No es eso, de cualquier manera que se vea, moralismo, casi inquisición, o peor: germen velado de totalitarismo?

Porque hay totalitarismos morales tanto como los hay políticos…