4 jun 2006

una mentira

De la tarde sólo queda un hilo de luz violácea. La ciudad se hunde en sí misma. A mí ya nada me importa y se lo digo. Ella me besa en la boca y luego se ríe como si yo hubiera dicho algo gracioso. Y tal vez lo es: estoy tan cansado que no podría distinguir entre algo cómico y algo que no lo es, ni siquiera dentro de mis propias emociones o enunciados, aburridos de ser los mismos o muy parecidos durante tanto tiempo.
Ahora el hilo de luz violácea que delineaba el horizonte se ha consumido como un fósforo que no hubiera prendido del todo. Otra noche. Así ha sido hace tanto: una a la vez. Ella me abraza en silencio, sabe, mejor que yo, que es mentira que nada me importe.

6 comentarios:

mr. bob dijo...

Esas son las consecuencias que trae el no saber mentir...

Anónimo dijo...

los que nos quieren nos dejan de creer

Denise dijo...

Lo bueno es que siga importando, aunque se diga lo contrario... creo que el día que realmente valga todo un pepino es mejor buscarse un barquito y lanzarse al Triángulo de las Bermudas, a ver si te traga el mar.

Ana dijo...

Las mentiras a uno mismo tienen menos peso cuando tenemos cerca a alguien que nos desmienta; tal vez no menos peso, si no que igualan un poco la balanza.

Anónimo dijo...

:-) Tanto te importa ella y el mundo que te generas los pensamientos y textos que podemos leer en el blog.

pezenseco dijo...

Mr. BOB: Sí, sí, terrible. Aunque a veces son buenas consecuencias.

ITZPAPALOTL: También hay quienes siguen creyéndonos pero ya no nos quieren.

DENISE: Es cierto, cuando es cierto que ya no importa, ni siquiera se dice, uno, supongo, sólo se desvanecería o apagaría como una vela soplada.

ANA: Preciso, es que las mentiras a uno tal vez no sean mentiras para otro o al revés. En todo caso siempre dependemos de otros para ser quienes somos.

ALE: vos sabés, vos sabés...