16 nov 2007

siete, diesel, ternura

1. Escribiría como si el punto final de nuestro texto marcara el compromiso con una diminuta puesta en escena. La función empezaría de manera inédita cada vez que alguien comenzara a leer.

2. Crearía, por ejemplo, dos personajes que al toparse en una calle cualquiera se miraran con ansia. Propondría, tal vez, que a pesar del afán se pasaran de largo y que ninguno supiera que el otro piensa casi lo mismo: ¿por qué no puedo detenerme y abalanzarme sobre ese rostro fascinador? Aunque quizá “abalanzarse” no indicaría la intención efectiva de los personajes. Tal vez inclinarse hacia el otro en espera de una respuesta, es decir, de una contrainclinación. Y entonces los pondría a hablar. O quizá no debieran hablar, porque quienes hablan son las personas normales, esas de todos los días, restringidas por los oficios y los valores de siempre, entregadas únicamente a la ensoñada imagen de sí mismas.

3. Imagino, pues, un mundo donde dos personas cualesquiera pudieran toparse en una página cualquiera y saber al instante, con la convergencia de sus voces anticipadas, que está bien inclinarse hacia el otro y tocarle el rostro. O respirarle al oído. O entrever su desnudez. Sueño con enjambres de seres demasiado poco humanos que se permitieran contemplarse sin celo ni violencia, ni compitiendo por triunfos errados.

4. Creeré, después, que es posible porque ya está pasando, porque nos tenemos al lado y nos damos las manos sin pedir a cambio nada más que esas otras manos... Y luego abriré a regañadientes los párpados lagañosos y encontraré como de costumbre una mañana luminosa o tal vez nublada: nunca se sabe en los trópicos.

5. ¿Olerá, acaso, a diesel quemado? ¿Escucharé, de fondo, un sofocante griterío? ¿Habrá, todavía, brillantes autos atropellantes y rostros maquillados apocados, o calles superpobladas desoladas y tanto-caminante-trepidante? ¿Habrá que resignarse a esta escenita del diesel quemado? ¿No sería preferible apostarle a la escena de los desconocidos que deciden tocarse porque sí y tratarse con ternura porque entienden que de cualquier otro modo el mundo seguirá hacia donde va: ser al mismo tiempo un edén de mentirillas y un infiernillo de verdad?

6. Dichosamente, la escena, o su equivocidad fundamental, empieza de nuevo cuando alguien empieza a leer. Y entonces se recrean potencialmente todas las posibilidades. Por ejemplo imaginar que nuestros ojos podrían abrirse al unísono y que el punto final que ya casi sigue en esta misma oración habría de mostrar –si así lo decidiéramos– que casi todo puede siempre recomenzar.

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5 comentarios:

Ana dijo...

Hay momentos de sólo callar y leer o contemplar, quedarse con la estela de sensación que dejan unas palabras...

Pero te cuento que pase por aquí y me quedé leyendo y contemplando.

Me encantó, ojalá nos levantaramos todos un día con ganas de inclinarnos, acercarnos... romper un poco esa distancia física que nos ponemos como escudo al pasar la puerta del dormitorio.

Blasfuemia dijo...

Soy una persona cualquiera que me he topado con tu página y me he inclinado y he empezado a leer. Y aquí sigo.

Un saludo

Anónimo dijo...

Magistral!

Abismo Ínfimo dijo...

Yo te estrecho mi mano, tambi�n motivado por decirte que conozco el pueblo de tu abuelo, porque mi hermano vivi� en Cacabelos durante dos a�os y de all� es fruto mi sobrino, Miguel. Un pueblo hermoso en una tierra hermosa con una gente aut�ntica y noble, pero en donde ha llegado un colonizador llamado Prada (vease pradaatope en google)que ha traido la ambici�n a un pueblo que no la necesitaba. Un saludo desde Espa�a.

pezenseco dijo...

Ana, de acuerdo con esa imagen del "escudo", es como si estuviéramos en pie de guerra hasta con el vecino...

Blasfuemia, gracias por tu visita y tu inclinación.

Ale, vaya piropo, un abrazo.

Abismo ínfimo, el pueblo es Pieros, tierra de mis abuelos y mi padre, y todavía tengo allí tíos y primos vivos. Veré y preguntaré por esa información que me dices, gracias por la visita.