24 nov 2007

¿novelas (sin) por venir?

A través de Jacintario, llegué a este decálogo de Vicente Verdú acerca del presente y el futuro de la novela. Jacinta ofrece algunos argumentos sólidos y muy sensatos contra el señor Verdú; yo, en cambio, estoy de acuerdo prácticamente en todo con él.

En resumen, Verdú habla de cierto cansancio que padecemos hoy en día las personas al respecto de la ficción y de que, como una especie de descanso o retirada, la literatura por venir debiera ocuparse más de la persona misma, del “yo” de quien escribe, y menos de copiar al cine en su recurso a la ficción y la acción. Dicho de otro modo, que la literatura debiera tender más hacia la autobiografía que a la invención de historias (lo cual no implica renunciar a la ficción, asunto por lo demás imposible pues la escritura misma, de cualquier manera, la traerá consigo...).

En efecto, me parece que hay tal saturación de ficción en nuestras vidas que la literatura hace mal al simplemente sumar a esa tendencia con novelas que, vistas más cuidadosamente, no son sino guiones de cine puestos en papel. De hecho, he leído hoy a Verdú y es como si hubiera estado de acuerdo con él desde años, pues recuerdo que un par de textos míos publicados en La Nación en el 2003 y el 2005 hablaban en el mismo sentido: “Escribir para no dormirnos” y “¿Literatura por venir?”.

Sin embargo, pública y comercialmente, las novelas –y la literatura en general– que siguen “triunfando” (con premios, en listas de superventas, con versiones cinematográficas), son las que cumplen con ese modelo narrativo que, hoy en día, ya es tradicional y convencional, a pesar de que quizá no haya nada más ajeno al espíritu contrainstitucional y liberador de la literatura que el tradicionalismo... Aquel es un modelo centrado en el propósito de contar una historia de principio a fin, de manera ingeniosa, con secretos o misterios y emociones trepidantes, generalmente en tercera persona, evidentemente ficticia o presentada como tal y, ojalá, plagada de violencias y crueldades y personajes heroicos o excepcionales, etc.

A mi juicio, esta literatura más parece un medio de entretenimiento rápido (para leer en el avión o en las vacaciones en la playa, para salirse un rato del tedio y el estrés del trabajo, para evadirse de sí mismo en cualquier sentido, etc.) y un objeto de consumo, que una escritura reposada mediante la cual pudiera un lector cualquiera hacer una pausa en el trajín del mundo y pensar y pensarse. Yo no tengo nada en contra del entretenimiento, pero sí creo que a la literatura habría que exigirle algo más que eso, que, de todos modos, es omnipresente en el resto de aspectos de la vida cotidiana actual.

Otro aspecto que señala Verdú y que, para mí, es de especial interés, se refiere al gusto del texto por el texto mismo, al placer que se puede obtener al simplemente leer un fragmento de texto, unas pocas palabras hiladas de cierta manera que, en una especie de fogonazo de sentido, de una simple inmediatez gozosa, sin excusas (narrativas, sociológicas, críticas, etc.), nos den sencillamente eso: un instante de gozo de uno mismo consigo mismo y con la vida. “Lo que cuenta es la belleza de la inmediatez, el texto convertido en un gozoso bocado de por sí”, dice Verdú.

Textos gozosos en sí mismos y personales, que no dependan del recurso a una historia rebuscada o de una gravedad o severidad que, se supone, reflejan la vida misma. Es que para dicha gravedad o severidad bastan, o bien la vida misma o bien los noticieros.

¿Pero es válido escribir, hoy en día, textos sin una historia, sin una trama?

Seguramente no serían aceptados por las editoriales, pues obviamente no venderían tanto como los otros. La belleza de un texto, la inteligencia de sus comentarios, una prosa bien lograda y gozosa de sus fragmentos podrían ser aspectos maravillosos, pero si el texto no contiene “fluidez” y “estructura” narrativa, si no está escrito como una historia sólida y coherente que se desarrolla y sostiene de un principio a un final, el texto, muy seguramente, será rechazado por la mayoría de editoriales. Lo cual, obviamente, tiene que ver con el poder no formal de los medios, del intermediario, todos esos que deciden qué está bien y qué no, cuáles son las convenciones estilísticas correctas, etc... Y, a la inversa, tiene que ver con el fenómeno que, actualmente, mejor contrarresta a esos poderes no formales: Internet. Los blogs, por ejemplo, carecen de la intermediación editorial, es decir, comercial. Eso implica, por supuesto, que todo puede aparecer en ellos, lo bueno, lo menos bueno, lo regular, lo malo y lo pésimo... Por un lado, desde el punto de vista de la literatura, eso no tiene importancia, pues una de las características esenciales de la literatura moderna es, precisamente, la libertad de decirlo todo; rasgo por el que habría que agradecerle, entre otros, al Marqués de Sade... Pero por otro lado, lo que sucede en Internet no es una renuncia a la calidad; lo que sucede es que la calidad no la determinan grandes señores en las editoriales y las agencias, sino los lectores mismos, enlazando, comentando, valorando...

De modo que la pregunta interesante es: independientemente de si las editoriales y los críticos de oficina aceptan o no esos textos anómalos de los que habla Verdú como literatura por venir, ¿serían aceptados por los lectores? Porque hay lectores que solo leen lo que las grandes editoriales y todos los círculos y circos mediáticos les dicen que lean; pero hay, creo que cada día más, otros lectores que son más exigentes y cuidadosos y no se creen todo ese bombo de buenas a primeras y, hartos también de la ficción y de todo tipo de modas, buscan un contacto más directo con otras personas tan comunes y corrientes como ellos: otros “yo”.

Por ejemplo, los lectores de blogs, ensimismados frente a pantallas que, al contrario de lo que muchos creen, no están separándolos de otras personas sino, más bien, acercándolos a ellas. La escritura y lectura de blogs es una manera para que personas que jamás se relacionarían entre sí y ni siquiera se conocerían, puedan ponerse en contacto. Esta es para mí una de las funciones más enriquecedoras de toda escritura. Y hoy, saturados hasta el hartazgo de simulacros y ficciones hollywoodenses, sería sin duda una fuerza de la escritura que habría que explotar cada día más.

Gozar la fragmentación; dejar ir sin nostalgia las visiones o ilusiones de totalidad, de que el sentido está en historias “cerradas”, con principio y final; disfrutar la inmediatez de esos vislumbres de las vidas de otras personas, personas reales y no personajes, y personas que, muchas veces, llevan vidas planas y tristes y en nada excepcionales y que no por eso debieran perder su derecho a escribirse y ser leídas.

Por todas estas razones y otras más suscribo, enteramente, estas palabras de Verdú:

“La novela eminentemente nueva no deberá, desde luego, agarrarte por el cuello y llevarte así, del pescuezo, hasta su final, entre meandros y malabares. Contrariamente a estos modos circenses, la buena novela del XXI considerará la multiplicada sensibilidad del receptor mediático y la interacción. Estimará la belleza eficiente de la forma, la seducción estética y no el uso instrumental o perruno del lenguaje. Es decir, la lectura no será una ansiedad que, entre jadeos y vigilias, buscará cuanto antes la revelación de la última página sino que paladeará cada párrafo a la manera de la slow food.

Lo propio de la literatura excelente será, hoy más que nunca, la belleza y perspicacia de la escritura. Para contar una historia hay ahora abundantes medios, desde el telefilme al vídeo, más eficaces, más plásticos y vistosos. La escritura, sin embargo, es insustituible en cuanto agudiza su ser, emplea las palabras exactas y no la palabra como un andén para llevar la obra a otra versión.”

Como entretenimiento, la literatura es superada por el cine y otros medios; como fuente de conocimiento, es superada por las ciencias; como especulación y ejercicio del pensamiento metódico, es superada por la filosofía; pero como penetración ética y emocional en el mundo de la experiencia cotidiana de las personas comunes y corrientes, creo que nada la supera.

La literatura del futuro, decía Henry Miller hace varias décadas, habría de ser autobiográfica, entre otras cosas porque ese sería un recurso para ayudarse uno mismo a soportar la banalidad del mundo, y hallarle, aún, algún sentido: por ejemplo ese que emerge súbitamente en el contacto con otros, en la identificación con otros, en la simple relación con otros. Esos tantos otros que escriben.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que en el fondo estamos de acuerdo en muchas cosas. Y de hecho hay algunas pocas cosas con las que hasta puedo estar de acuerdo con lo de Verdú, por ejemplo en lo de gustar un texto por el texto mismo.
Creo que en todo caso, la literatura es producto de todo un proceso, tanto colectivo (de los lectores) como individual (de lo que escribe cada autor), y que ese proceso se desarrollará de manera natural, sin decálogos. La literatura encontrará su propio camino.
Primera vez que visito este blog, pero seguro regreso. Saludos.

pezenseco dijo...

En efecto, Jacinta, creo que la literatura siempre encontrará un camino, oral, escrito, electrónico, no importa, cualquiera... Gracias por la visita y el comentario.