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Abre uno de golpe la puerta de casa y el mundo ruge convertido en escándalo. Uno creía, desde hacía años, cuando se recluyó para ignorar precisamente el mundanal ruido, que el mundo no podría cambiar en lo fundamental, es decir, en sus violencias cotidianas, en su frenesí de consumo, en su ahogamiento poblacional. Y bueno, uno sí pensaba, la verdad, que podría empeorar, justo por eso uno se recluyó en casa con las cortinas cerradas y un patio lleno de perros, sin gente casi, algún amante, un primo lejano que visitó sin avisar, maldito sea.
¿A quién se le ocurre abrir así la puerta, tan valientemente, como si uno fuera aquel de hace treinta años, lozano, incluso altivo y confiado de sí?
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Uno tuvo abuelos en el siglo XIX, qué barbaridad. Y ahora uno no tiene ni nietos para el XXI, ni falta que hace. Pero afuera en la calle los jóvenes parecen otra vez animados, deseantes, soñadores. Uno imagina que finalmente han aprendido a convivir con la absurdidad, porque no parecen haberla vencido. Uno recuerda que también soñó utopías en su tiempo y que hubo tanques y generales o simples ladrones que arruinaban a diario no la utopía, claro, sino el sueño, o la simple gana o la esperanza. Y uno recuerda a regañadientes que también se cansó, y huyó o lo huyeron, y se olvidó de sueños y de ganas y hasta de la anciana idea de justicia. Uno vivió bastante bien, es cierto, y hasta se hizo gordo y volvió alguna vez a sonreír, aunque un poco tontamente dentro de la amargura o el desinterés.
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Ahora uno no tiene idea de qué hacer, después de haberse atrevido a volver a abrir la puerta y oír el furor de la calle. Uno está viejo, es innegable. Pero uno cree que estar viejo no es todavía lo mismo que estar muerto. Entonces uno empieza por caminar, no importa el miedo, ni el bullicio ni la incomprensión, uno sabe que allá, adonde va la mayoría, algo está pasando. Y uno curiosamente vuelve a sentir curiosidad, como cuando uno era joven y no era sólo uno sino uno con otros, con muchos, y a todos nos gustaba caminar y gritar y cantar.
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Luego el escándalo ya no duele y es más bien melodía, o vaivén, y otra vez el cuerpo, rollizo y cansado, reaprende a bailar y a soñar mirando hacia afuera. La gente clama y reclama, avanza, la muchedumbre es una corriente o una vorágine ágil como el viento y se cuela entre pasillos ocultos y rendijas, silba, truena, ya todo es ruido de fiesta anticipada y las manos resbalan de otras manos y el mundo abierto y complejo es una razón pujante.
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Uno no sabe qué ha pasado. Uno no sabe dónde está. Uno ya no es uno. Y sólo entonces es feliz.
8 mar 2006
Uno (¿visión...?)
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3 comentarios:
mi madre repite con alguna frecuencia: " a todo se acostumbra uno"
Supongo que eso de saberse "viejo" es solo percepción, es verdad que los años pasan pero para algunos pasan más, otros valientemente los ignoran. Lo mejor es eso de saber dónde se está... (no porque yo sepa, que claramente no tengo idea, sino porque supongo que debe ser satisfactorio)
Me han dicho que eso es lo más importante: Que uno esté feliz...
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