Leí por ahí que la riqueza de las doscientas personas más ricas del planeta equivale a la del 45% de personas más pobres. No sé si ese es un dato científico o una exageración, aunque es posible que sea las dos cosas. A mí se me hace aborreciblemente incomprensible que haya lugares en donde una botella de agua sea un tesoro por el cual vale la pena matar, lugares donde la norma es la desnutrición y el analfabetismo, donde parece que no se ha avanzado en nada en miles de años; es más, hay lugares cuya ley histórica pareciera ser retroceder. Se me hace todo incomprensible porque se me arruina la semántica: esos seres miserables, fantasmales, óseos, reducidos a un estado inferior al animal, ¿son “personas” en el mismo sentido en que aquellos otros seres opulentos son “personas”?
Las oleadas de huracanes y tormentas del año pasado nos han abierto los ojos a situaciones que mucha gente preferiría no ver. Porque mucha gente creía, por ejemplo, que en ciertos países “ricos” todos eran realmente “personas” y que en ellos no había esa suerte de humano subanimal que habita otras regiones lejanísimas del planeta… Pero ha resultado que también los había allí. Y lo sabemos porque vimos cómo tan fácilmente se volvió en esas ciudades anegadas al estado de naturaleza. Había que hacer lo que fuera para sobrevivir. Era como si el agua trajera consigo el recuerdo inmemorial de la selva. De pronto veía uno a personas que se creían con el derecho de exigir alimentos, o incluso de de robarlos. ¡Cómo se atreven! –dijeron algunos–, ¡ni que estuvieran en África!
¿Por qué digo que estas personas tienen un estatus inferior al de los animales, tanto en África, por decir algo, pero también en Nueva Orleáns? Porque encima de que no tienen medios para sobrevivir, tampoco se les permite –como sí hacen los animales en la selva– cazar o recolectar o hacer lo que sea para poder comer. A los pobres más pobres del mundo ni se les da alimentación suficiente ni se les permite buscarla por su cuenta. Se les explota, se les coloniza, se les niegan las posibilidades de educación, etc… y luego tampoco se les alimenta ni se les permite actuar como animales. Al menos al perro de casa uno le da puntualmente su alimento, y ni siquiera tiene que trabajar para conseguirlo. Hasta los perros callejeros tienen “permiso” de “robar” lo que encuentren por ahí. En Nueva Orleáns los marines no llegaron a ayudar a evacuar a los pobres de la ciudad; pero sí llegaron prontísimos cuando estas huestes abandonadas decidieron romper los portones de los supermercados para poder comer. ¡Al menos cuando vivíamos en la selva no había marines con rifles de asalto!
Pues estos seres subhumanos, no sé si aún personas, tienen una animalidad mutilada: no son ni animales ni humanos, ni, pues, personas. ¿Pero qué son, entonces? Al menos en EEUU son otra de las tantas vergüenzas de EEUU…
(Y sobre otra de esas vergüenzas recomiendo la última columna de Leonardo Garnier en La Nación.)
13 ene 2006
Ni personas ni animales
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3 comentarios:
Parece que no pesa esa doble moral que cargan en EE.UU., tienen que pasar cosas como lo de Nueva Orleáns para que se destapen en medio masivos los tratos más desiguales en los países más igualitarios.
como leí por ahí, ¿al costo de cuantas personas condenadas a la miseria se han hecho ricos unos cuantos? Hasta la fecha, creo que ningún economista, ningún negociante, ningún ser humano ha tenido ese acto de dignidad para reconocer con ese número que tal vez no somos ni mejores ni más democráticos ni más justos que los animales sueltos en la Naturaleza.
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