28 dic 2005

vislumbres del mundo horrible


1. Algunas personas creen que las últimas elecciones en EEUU fueron manipuladas. Dicen que en un motel del sur de “América” asesinaron a un detective privado que investigaba la ruta de unos dineros que podrían haber financiado el fraude, cometido por computadoras y prácticamente imposible de rastrear.
2. Hace más de 100 años, diagnosticando “la muerte de Dios”, Nietzsche creía que nuestra época era la cúspide del nihilismo. El panorama era este: el ser humano, liberado de milenios de creer en ingenuos trasmundos, podría convertirse en súper-humano (o trans-humano) gracias a una transmutación vital de los valores. Pero, antes, este cambio requería la globalización masificada del “último hombre”: un ser humano banal, idiotizado, ocupado única y egoístamente de su propia supervivencia. Hoy los “últimos hombres” aún reinan y con mayor poder. Vivimos, por ejemplo, un extraño resurgimiento de fundamentalismos y de neoimperialismos religiosos. ¿Cuál Dios moría, entonces, cuál idea de Dios perdía todo su valor? ¿Es que debe recuperar su máximo de energía antes de morir? ¿Y asoma ya en nuestro mundo el “transhumano” que esa muerte anunciaba? ¿Cuáles son los valores nuevos de la humanidad? Aparentemente sólo tenemos valores viejos redivivos en formas más brutales y absurdas… ¿Es simplemente que vivimos otra época inquisidora, es decir, también otra época renacentista? Cualquier renacimiento es doloroso, no está asegurado, llega a ser infernal…
3. Dicen que cerca del 80% de la población mundial vive en pobreza. Y leí por ahí que las 225 personas más ricas del mundo tienen la misma riqueza que el 47% de la humanidad; no sé si el dato es verídico pero bien podría serlo. El hambre y el sida matan masivamente en África y otros lugares y sólo 12% de quienes los necesitan tienen acceso a los medicamentos adecuados. Hasta el gobierno de Canadá, tan civilizado para otras cosas, masacra a cientos de miles de focas de maneras grotescas denunciadas por organismos internacionales como el IFAW.
4. En general, el mundo se divide cada día más en extremos en guerra: republicanos imperialistas y demócratas liberales; fundamentalistas e ilustrados; retrógrados y progresistas; pobres extremos y ricos extremos; xenófobos y hospitalarios. Pero los extremos son excluyentes y no pueden convivir en un mismo espacio. Es lo que alguien ha llamado, análoga y metonímicamente, el “problema de Jerusalén”, es decir, la falta de voluntad para ceder radicalmente y poder compartir un espacio por el cual se pelean de manera excluyente diversos grupos. Se podría incluso decir –exagerando un poco, y qué más da: hoy todo es exagerado– que el mundo sólo va a poder transformarse en un mundo mejor cuando este problema en todas sus versiones –cotidianas y globales– se resuelva de una manera no violenta, no excluyente, es decir, de una manera inédita en la historia humana: sin que los extremos necesiten –aunque sea simbólica o psicológicamente– vencer totalmente uno sobre otro.
5. Al mismo tiempo los procesos de globalización parecen imparables. A pesar del “no” de franceses y holandeses, el mundo –no sólo Europa– sueña con unificarse de alguna manera. Pero no puede hacerlo si está regido por extremos en conflicto. Lo cual no quiere decir que la solución sería, en efecto, que sólo quedara finalmente un extremo vencedor. Ese fin se llamaría Apocalipsis y ya sabemos cuál es el vaquero o jinete que sueña con liderar el armagedón. La unificación no debiera significar totalización, sino algo muy distinto: la convivencia o simbiosis de la mayor diversidad posible. No un extremo ni el otro, sino un mundo que no estuviera regido por extremos ni extremistas.
6. Sueño de opio, seguro. Porque el mundo es hoy mayoritariamente horrible, si uno lo mira sin velos idiotas en la cara. Y sin embargo, que el mundo sea horrible no impide que sea hermoso poder todavía mirarnos a los ojos y encontrar, a veces, esa huella sin nombre que ningún capital ni ningún imperio puede arrancar de la mirada de una criatura viva. Homo ludens, decía alguien, porque también somos placer y juego. Y precisamente porque el mundo es horrible debemos entregarnos más al placer y al juego y abandonar los viejos valores. ¿No harían eso los “superhombres”? Porque siempre hemos querido cambiar al mundo con guerras y discursos y megalomanías, y siempre ha sido lo mismo o peor. Habría que intentar cambiarlo mediante la simpleza de habitarlo de otras maneras. Seguramente nunca podremos eliminar todo lo horrible del mundo, pero sí debiéramos dejar de creernos capaces de eliminar todo lo horrible con lo más horrible de todo: la uniformización, la imposición, la intolerancia...
7. Leyendo a Sade uno aprende –entre otras muchas cosas– que en un espacio donde todos luchan por destruir a los demás, en el momento en que quedara un único triunfador, solo consigo mismo, a este triunfador no le quedaría más opción que aniquilarse también a sí mismo –tal es la lógica de este tipo de poder– porque sólo así su triunfo sería absoluto. O absolutamente ridículo.

[ilustr.: Bruegel el viejo, Triunfo de la muerte]

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