6 dic 2007

una puerta

Un verde muy pálido apenas consigue matizar las paredes. Ella está sentada en un banco, recostada contra el repello descascarado. Su rostro, anguloso, ovalado, parece infantil pero su aparente inocencia está fuera de lugar. Aunque es un rostro sin afeites, marcado de trabajo, su piel es un velo que cubre, translucidamente, una belleza retenida.

Su marido acaba de salir. Como casi siempre, dio un portazo.

Por eso su mirada hace ovillos con la nada, una nada falsa, claro, porque ella finge no pensar en nada pero sabe muy bien que en su caso es imposible.

Piensa que no puede ser la única, que quizá sea común haber tenido alguna vez un pretendiente imbécil que no se haya reconocido a tiempo como tal y haberse dejado confundir por sus palabras atinadas y sus ojos luminosos, tal vez sus labios llenos, púrpuras como ciruelas…

El amor es más ciego que la justicia, o lo es por razones muy distintas: la justicia es imparcial y lúcida, y el amor, en cambio, es ciego porque acostumbra ser pura parcialidad, obsesiva, obnubilada...

Hace muchos años, cuando todavía soñaba, a veces imaginaba que conocería a un príncipe azul. Hace muchos años, antes de la vida, era muy fácil ser cursi, es decir, feliz. Hoy se le hace difícil conservar la alegría por más de unos minutos. Su marido se irrita cada día más fácilmente. Su marido le dice a diario que la ama. Su marido da portazos por la tarde.

Los años han sido largos y breves al mismo tiempo, es decir, sin tiempo real: sin diferencias. Uno, cinco, siete, el dolor es el mismo y peor a la vez.

Su mirada cambia de enfoque, ya no mira el aire o la nada sino la puerta. Su rostro parece una piedra desbastada en la cual estuviera a punto de surgir una expresión definida, tal vez, incluso, nueva; pero no termina de hacerlo. Durante mucho tiempo vivir ha sido sólo esto, estar a punto, como cuando el cielo se cubre repentinamente de nubarrones, y truena y el viento se agita y se enfría en un instante y la gente y los perros corren temerosos a esconderse en algún rincón porque parece que viene la tormenta que traerá el fin del mundo; pero no cae ni media gota de lluvia y las nubes se deshacen con la misma celeridad con que se formaron. El cielo nunca permanece idéntico a sí mismo por mucho tiempo.

Su mirada regresa de la nada y se concentra en la puerta cerrada. ¿Es cuestión de esperar, como siempre? Uno, dos, tres, tal vez volverá con flores, cuatro, cinco, seis, es cuestión de levantarse y dar un paso, dos, tres, tal vez volverá con un revólver, cuatro, cinco, seis, hay siete pasos hasta la puerta, siete.

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