Los días pasan y no hay más remedio que verlos pasar.
Luego vuelven las palabras –siempre encuentran cómo volver–. Odiosas. Insistentes. Como turistas después de un largo viaje. Cansadas, obligadas. A veces malqueridas. O sometidas. Uno las quería ausentes, como los recuerdos lejanísimos de buenos tiempos vividos. Ausentes para siempre: irrepetibles. Pero se repiten y vuelven a ser las mismas, tan campantes, necesarias, vanidosas, solares a veces y amenazantes.
El silencio nunca se deja llenar de silencio.
Aunque el agravio no es el silencio, sino la indiferencia. Uno se sabe solo, pero no, como Narciso, a pesar de oír ecos, sino porque los reflejos no hacen ruido, no tienen voz, nada, ni siquiera un eco. Ni siquiera un eco.
Uno ya no las quería; pero siempre vuelven las palabras como vicios, certezas o condenas.
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15 ene 2007
ecos
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