No tengo muy claro por qué, escuchando hace un rato a June Tabor, pensé en ocasiones solemnes o desfiles patrióticos o cualquier cosa por el estilo. Será que el folclor británico debe sentirse así, como una especie de “espíritu” en la sangre que nada más dice: viví, seguí, defendé esto o aquello... O tal vez solo le dice eso a un no-británico que, fortuitamente, se levantó hoy casi de madrugada porque tiene obligaciones y, prácticamente sin haber llegado a dormirse en serio, ya debe trabajar otra vez… Porque la verdad no estaba siquiera poniendo atención a las letras, me movió simplemente la tonada, la melodía o el “aire”…
Ayer, mientras cenábamos con Ale y un buen amigo suyo nicaragüense, pensé como tantas otras veces en la necedad que tenemos los humanos de ordenar casi todo en la vida alrededor de las herencias, las nacionalidades, y de hacer grupos con los cuales identificarnos y otros de los cuales diferenciarnos... Hablamos, previsiblemente, de la despedida de Taiwán y la llegada de China. A mí se me ocurrió que podría mandar a hacerme un estudio genético, pues uno de mis bisabuelos era chino y quizá ese breve porcentaje de mi genoma que me “orientaliza” podría eventualmente traerme alguna ventaja. Una idiotez, obviamente, pero como broma tuvo resultado durante dos o tres segundos.
Luego pensé, más en serio, que algunas cosas que mucha gente dice y no tanta gente practica son tan simples y promisorias que acaso sea por eso mismo que no se hacen tan comunes como deberían. Me refiero a la celebración de la diversidad y a las inmensas ventajas que todos podríamos ganar si cada día más, moral y jurídicamente, todos esos grupos políticos artificiosos y trillados, esas identidades esencialistas y casi “animistas” que aún llamamos “países”, dejaran de ordenar tan estúpidamente las relaciones entre las personas. ¿Por qué, si las transnacionales tan campantemente se saltan fronteras e ignoran idiosincrasias en nombre de su voracidad elemental, no pueden también la legalidad y la decencia saltarse las fronteras? A mí me parece evidente que, en buena parte, algunas de esas gigantescas multinacioneles hacen lo que quieren porque paralelamente a su expansión no existen aparatos de derecho igualmente transnacionales. Ellas van adelante, y la regulación posible parece tener décadas de rezago... Digo, si en los negocios es tan fácil saltarse esas ideas duras de nacionalidad, ¿por qué cuesta tanto más hacerlo moral y políticamente?
Ayer, en la cena, además de los chinos y taiwaneses, estábamos sentados a la mesa (unos en carne y hueso y otros espectralmente) el amado ucraniano de Ale, tica como yo, y Lu, mi esposa, hija de chilenos y nieta de un escocés emigrado a Santiago, y Ariel, nica, y mi padre español y mi bisabuelo chino; encima, cenábamos en un encantador restaurante argentino rodeados de fotos de Cortázar, de Gardel, de Maradona y del Ché.
En fin, que si todo fuera tan fácil como sentarse a comer y conversar y sonreír… Me pregunto si en la ONU, cuando celebran cenas solemnes, piensan también en estas cosas, o si, en cambio, como siempre, simplemente termina ganando el hambre.
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9 jun 2007
cena / ciones unidas /
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