Proliferan hoy en día todo tipo de teorías de la conspiración (para quienes creen en ellas, seguramente también este post será parte de alguna). Y son comunes las proclamas escatológicas y la atmósfera es, en general, de ansiedad y pánico. En los periódicos, en las calles, en los blogs, por todas partes se da a entender que existe en Costa Rica un titiritero maquiavélico todopoderoso que está conduciendo el país hacia la ruina: él, solo, es el responsable de todos nuestros males; los demás, todos, el “pueblo”, somos una víctima enteramente inocente que solo padece, camino al matadero…
En este escenario, y desde mi perspectiva, quisiera hacer algunas precisiones que me parecen importantes:
(Aviso que será un post largo, digo, por si quieren retirarse a tiempo…)
1/
Aun si el supuesto titiritero tiene inclinaciones maquiavélicas, y relaciones dudosas, o posiciones malqueridas por mucha gente, etc., aun si ese es el caso, creo que es una exageración echarle la culpa a una sola persona por los males presentes y futuros de todo un país. Pero no solo es una exageración; es algo peor: es una evasión de la responsabilidad, pues equivale a decir: él es el culpable, y nosotros, todos, somos inocentes y nada tenemos que ver con la situación o realidad del país. Lo más raro es que en muchos sentidos el país ya estaba como está ahora desde antes de que el supuesto titiritero llegara a ocupar su posición actual de “liderazgo”; es más, en buena medida quizá pudo llegar él adonde está precisamente porque el país ya estaba como está…
2/
Algo similar pasa con el TLC. Alguna gente llega a la exageración de culpar al TLC por todos los males actuales del país. ¿Pero cómo diablos habría llegado el país a padecer estos males –que obviamente no son recientes– si el TLC ni siquiera se ha ratificado, si no ha existido aún como realidad efectiva? Es otra evasión de responsabilidad: obviar que muchos de los males de Costa Rica no se deben al TLC sino a procesos complejos que vienen de hace tiempo y no tienen un único responsable (ni persona ni ley ni tratado ni gobierno, etc.)… Es más, es probable que la obsesión que desde hace un par de años vivimos con el TLC haya más bien retrasado o impedido del todo la discusión de soluciones y alternativas para ciertos problemas o áreas de problemas que nada o poco tienen que ver con el TLC: la evasión fiscal, la corrupción tan “natural” entre nuestros ciudadanos, la ineficiencia de algunas instituciones públicas, la ruina en infraestructura, la patológica lentitud y falta de seriedad de la Asamblea Legislativa, la deserción educativa, etc., cosas, todas, que se podrían resolver sin TLC o que no tienen relación directa con él.
Creer, pues, que todo es culpa del TLC (que ni siquiera está vigente y, por lo tanto, por ahora sólo es una especie de espectro de un futuro posible que ha venido a poblar la actualidad) es nada más otra búsqueda de chivos expiatorios u otra evasión de responsabilidad. Será que es más fácil lamentarse y hacerse la víctima que pensar cuál es mi responsabilidad: qué puede hacer o proponer cada uno. Porque obviamente siempre es más fácil que el responsable sea otro: como cuando creemos, igual de simplistamente, que todo el mal en Costa Rica proviene enteramente del extranjero: nica, colombiano, gringo… El TLC, en este sentido, no es sino la reunión simbólica del peor de los inmigrantes: un gringo súper poderoso que vendría sin más a instalar por la fuerza otro Miami en Costa Rica…
3/
Entiéndase: uno puede estar en contra de este tratado y a la vez no llegar a esos extremismos evasivos, simplistas, inquisidores… Por ejemplo, muchos se quejan de que la prensa y los pro-TLC reducen la oposición a la figura de Albino Vargas y los sindicatos, y creen que eso demerita la lucha y los motivos de lucha. Creo que eso es cierto. Pero caen en el mismo error y a veces reducen el mal contra el que luchan a la figura de Óscar Arias, haciéndolo ver como un tirano en potencia que gesta secretamente un ejército implacable que someterá a Costa Rica a una dictadura inexorable etc… Creo que fomentar con tanto ahínco esa imagen más bien ayuda a darle más poder, o a que algunos se lo crean, y obviamente creer en el poder de otro es darle poder…
En todo caso, es un gesto igualmente inútil y, estratégicamente –ante los ojos de la gente aún indecisa– otra simpleza o motivo de rechazo: en lugar de argumentar por qué el TLC sería nocivo para ciertos sectores del país, hay algunos que aprovechan cada ocasión para simplemente insultar al señor ese por quien, a pesar de todo, votaron más de seiscientos mil costarricenses, con lo cual, de nuevo, se reducen todos los problemas del país a una sola persona.
4/
En un sentido similar, uno puede estar en contra de este TLC y a la vez a favor del comercio internacional, y a favor de hacerlo cada día más justo y no (falsamente) “libre”. Incluso es posible –lógica y moralmente– estar en contra de este TLC y a la vez a favor de la apertura en la prestación de ciertos servicios. Y obviamente –aunque a muchos no les guste– también tiene la gente derecho a simplemente estar a favor de este TLC y creerse de verdad que es lo mejor para el país; es decir, al contrario de como piensan muchos, no veo razón para pensar que todos los que están a favor son o imbéciles o inmorales o las dos cosas.
Yo prefiero un país donde se tenga el derecho de estar a favor y en contra de algo y defenderlo (sin por eso ser (pre)juzgado moralmente) a uno donde todos estuviéramos “inclinados” a pensar lo mismo…
5/
Relacionado con 1. La actitud más fácil y generalizada ha sido, últimamente, echarle la culpa de todo el mal real y posible de Costa Rica a Óscar Arias y sus secuaces en el gobierno y los grupos empresariales. O, desde el otro bando, a Albino Vargas y un par más de líderes sindicales. En el primer caso, a pesar de lo que uno piense del Sr. Arias, no veo cómo se le podría culpar a él por problemas que se han venido gestando en Costa Rica desde hace décadas. Porque la ineficiencia del sector público, las trabas burocráticas, los tortuguismos, las corrupciones privadas y públicas –algunos de los motivos de queja para mucha gente pro-TLC– no son creación de este gobierno sino de muchas personas y decisiones y costumbres, y desde hace tiempo…
Otro caso: por todas partes –lo he leído en muchos blogs, por ejemplo– se queja la gente de que “quieren” (otra vez la idea de que hay titiriteros que nos imponen cómo comportarnos, qué querer, etc.) hacer de Costa Rica otro Miami, es decir, que “quieren” enviciarnos con más consumismo. Llamaré a esta situación “la hipótesis del gran tentador”; es como si algún ser poderosísimo tuviera la capacidad de tentarnos diabólicamente a pecar todos los fines de semana: a comprar y gastar y endeudarnos por minucias y banalidades… ¿Pero quién quiere eso? ¿Otra vez Óscar Arias? Y si es cierto que lo quiere uno u otro, este o aquel, ¿por qué diablos les hacemos caso si en realidad no nos interesa? El desdeñado consumismo es un fenómeno ya viejo y complejo al que no se le puede adjuntar un simple culpable; y menos se gana, creo, si se le ataca desde posiciones moralistas dignas de inquisidores...
¿Es que quienes más critican esta actitud no han pensado que quizá muchísimos costarricenses sí quieren que Costa Rica sea como Miami? Y que lo quieren porque sí, porque les gusta, sin que sea parte de un complot teledirigido. He conocido incontables personas en Costa Rica –de todos los estratos sociales– cuyo sueño de vacaciones es ir de compras a Miami… Claro, dirán que la injusticia está en que algunas personas sí pueden hacerlo y otras no. En parte, sí; pero, por otra parte, ¿quién es uno –uno cualquiera– para decirles a los demás qué deben soñar?
Quienes detestan ese escenario (y ese deseo) tienen todo el derecho de detestarlo; pero creo que es una ingenuidad culpar por eso a una persona o, incluso, a una “clase” (si es que fuera tan fácil de identificar) o a un tratado de comercio que ni siquiera, hoy, está vigente… Que algo nos cause asco no basta para calificarlo de inmoral. En principio solo es diferente. De modo que al consumismo y al deseo de consumismo no basta con atacarlos moralistamente; habría que mostrar por qué sería más conveniente otra actitud, o por qué sería mejor social y políticamente, etc. Y si lo hiciéramos, ¡aun así habría gente que querría seguir siendo consumista! Un conocido que labora en un banco me contaba hace poco que el “pueblo” entero de Costa Rica está cada día más endeudado por préstamos para consumo. Y no solo los ricos. También las familias más empobrecidas: al parecer, a veces en lugar de endeudarse para mejorar el estado de su casita, prefieren endeudarse para comprar un televisor de plasma. Yo no creo que eso sea culpa de Óscar Arias. (Digo, por aquello de las exageraciones…)
Y ya sé, se dirá entonces que todo este problema es culpa de los gringos, de su modelo globalizador-por-la-fuerza, de sus inmoralidades liberales y corporativas, y que quieren imponérselo al mundo entero, y que la pobre gente que en lugar de una mejor casa quiere un TV de plasma es solo una víctima de las políticas económicas de Washington y las megacorporaciones, etc… Y bueno, aunque haya algo de eso, no creo ni que eso lo explique todo ni que sea motivo de temor apocalíptico… Por alguna razón se le hará tan llamativo a tantas y tantas personas ese modelo y su noción de “libertad”; y, al parecer, menos atractivo el proyecto de sociedades cerradas y dirigidas de arriba abajo de manera centralizada, o en las que todo esté decidido por un caudillo o un centro de poder, incluso la idea de lo bueno, de lo correcto, de lo que debemos desear y tener, de cómo comportarnos, qué poder decir, qué soñar…
En un país como Cuba, por ejemplo, y a pesar de sus muchas virtudes, el consumismo está prohibido estructuralmente. Ante eso, yo, por lo menos, no me siento con autoridad moral para asegurar: 1) la media de cubanos es más feliz que la media de ticos, o que la de cubanos que viven en Miami. 2) Que eso sea correcto o bueno o mejor para todos por igual. El principal problema con ese tipo de prohibición estructural es que consigue generalmente eso: imponer una idea de lo bueno o deseable a todos por igual.
Un contraargumento: el mercado y el consumo también imponen una moral y una idea de lo bueno: comprar, tener más, competir, alardear, crear empobrecidos y excluirlos, etc… Sí, sin duda lo hacen. Pero en una sociedad cerrada estructuralmente al mercado yo no podría elegir comprar o no cierto tipo de televisor; en cambio, en una sociedad abierta al mercado uno puede incluso elegir no comprarlo, no quererlo o no necesitarlo... O bien, asumiendo que ya tenemos el televisor, en una sociedad abierta como la costarricense actual yo puedo elegir, por ejemplo, si veo E! Entertainment o el canal de la UCR. Probablemente en una sociedad cerrada alguien decidiría que solo puedo ver uno de esos canales. La diferencia es que en el primer caso la decisión depende en última instancia de mí, y no viene tomada de antemano como un mandamiento que no tengo siquiera derecho de violar... (Y bueno, sí, ya sé que para algunos uno es inmoral simplemente por la frivolidad de querer tener la opción de elegir qué aparatitos quisiera tener y usar… Espero que el ejemplo se tome analógicamente…)
Por otro lado, no creo que sea solo por el consumismo que muchas personas sí quisieran que Costa Rica se pareciera más a Miami, y entonces habría que preguntarse por qué lo querrían y qué quiere decir (o qué oculta) ese deseo…
6/
Me parece enfermizo e infructuoso estarse peleando por quién representa al verdadero pueblo costarricense. Creo que eso no tiene respuesta –es mera ideología, o trillada metafísica– y que sería mejor no hacer siquiera la pregunta. El “verdadero” pueblo no existe como un sujeto identificable que uno pudiera señalar en la calle al verlo caminar. El verdadero pueblo no fue, por ejemplo, solo el que marchó, con justo derecho, por las calles el pasado 23, sino ese y muchas otras personas que no marcharon, incluso, pues, quienes están convencidos de que el TLC es mejor para el país.
Yo, por ejemplo, no estoy a gusto con este tratado, o con algunos de sus pormenores, pero estaría menos a gusto si en el país esas personas que sí creen en él –no por intereses solo propios, sino por un convencimiento real de que es conveniente– no tuvieran derecho a creerlo y quererlo. Y simplemente porque no creo que nadie –ni Óscar Arias ni Albino Vargas, ni los notables ni los obispos, ni los consejos universitarios ni las cámaras de comercio, ni usted ni yo– tenga en su poder la razón o la verdad fuera de toda duda; y hasta donde sé ningún ser humano es realmente capaz de prever el futuro (especialmente porque somos seres vivos y no máquinas programadas, y porque, al serlo, también nuestras sociedades se comportan, en mucho, como organismos vivos, de manera impredecible, variable, etc…).
Es decir, cualquier decisión está sujeta a riesgo. Incluso, son escenarios posibles los siguientes: que con TLC el país podría mejorar, o que sin TLC el país podría empeorar, y lo contrario también es posible… Con esto no quiero decir que no haya que analizar todo exhaustivamente y tomar eventualmente una decisión; hay que hacer ambas cosas; pero en cualquier caso nada está seguro y, por eso al menos, habría que moderar el lenguaje que usamos para defender una cosa y otra y dejarnos de moralismos y sentencias escatológicas.
Dicho de otro modo, no creo que nadie debiera sentirse más lúcido que los demás, iluminado y con poder de guiar a todo un país hacia la verdad y el edén… A mí, al menos, estos discursos mesiánicos me atemorizan visceralmente, pues suenan, de verdad, a intención dictatorial o Apocalipsis inminente. Actitud que, por lo demás, es común en ambos bandos de este conflicto. En el bando de los PRO, tratan de imbéciles e inmorales a quienes se oponen; y en el bando de los CONTRA, tratan de imbéciles e inmorales a quienes están a favor. Con lo cual lo único que se logra es reducir la “discusión” a pleitos personalizados que se resolverían mejor en un ring de boxeo…
Quizá habría que empezar por pensar que en esto no se trata de ser inmoral o estúpido, solo de tener ideas y opiniones diferentes sobre cómo debiera funcionar económica y políticamente el país, o de creer en diferentes moralidades, pero no de ponerse cada uno por encima de los demás diciendo, platónicamente, “solo yo sé qué es lo Bueno y lo Verdadero, los demás síganme”…
En suma, que para evadir conductas y realidades gestadas hace tiempo en Costa Rica, y para evadir la responsabilidad de cada uno –cómo me comporto cotidianamente con los demás, cómo trabajo, si me aprovecho o no corruptamente de los servicios públicos, si exijo del Estado todo tipo de infraestructuras y regalías pero no creo en pagar ni medio colón en impuestos, etc.– es ciertamente más fácil buscar chivos expiatorios o imaginar conspiraciones apocalípticas que asumir ciertos deberes y ciertos hechos, por ejemplo este: mucha gente en Costa Rica –con Óscar Arias o sin él, con TLC o sin él– parece querer ser consumista y disfrutarlo; y que, a la vez, otro grupo de gente prefiere no serlo y también lo disfruta. O el hecho –se olvida demasiado– que en efecto más de seiscientas mil personas –la mayoría de las que votaron– quisieron que Óscar Arias fuera presidente. Y que, al menos hasta ahora, no ha habido actos realmente dictatoriales ni “militares”, como dicen por ahí, de nuevo, creo, exageradamente…
Finalmente, recuerdo que en el 2004 publiqué en La Nación (insisto: en La Nación) un texto que describía a grandes rasgos mi posición sobre el TLC en aquel momento. Sobre algunas cosas sigo pensando lo mismo, sobre otras ya no. Pero lo que sí sigo sosteniendo es que esta es una decisión tan importante para el país que ameritaría tomarse mediante la figura del referendo. Además de que la gente sentiría más derecho de participar, la responsabilidad no sería la de una sola persona o la de los 57 diputados. Es decir, así al menos habría más razón para pensar que fue una decisión de país y no de solo unos cuantos, de este bando o del otro. En el futuro, sea cual fuere la decisión y los resultados, la responsabilidad sería de todos los que votaron (¡y los que no!), es decir, sería una responsabilidad compartida. Y ese simple hecho, ¿no nos haría sentir mejor a todos?
30 oct 2006
Costa Rica Miami
19 oct 2006
la escritura sustantiva
Algunas personas creen que la escritura debe idealmente reducirse a los sustantivos, a la descripción substancial del mundo o los hechos, es decir, a la objetividad. Por eso huyen de los adjetivos como de la peste.
Yo no sé cómo pueden estar tan seguros de qué es el mundo objetivo; pero creo que una escritura de sólo sustantivos sería una escritura metafísica, pues reduciría el mundo a una suma de cosas que veríamos sin hacer juicios estéticos, como lo haría, quizá, una computadora.
A mí todo eso se me hace harto sospechoso. Un atardecer, por ejemplo, no lo ve igual un oficinista que recién ha salido, hastiado, de su trabajo; que un indigente que ha pasado el día entero husmeado por migajas, pidiendo para sobrevivir; o que un ricachón que un lunes por la tarde va en su 4x4 último modelo a la playa porque todo un ejército de empleados vela para que sus finanzas sigan el ritmo creciente que deben seguir. Y si, en un cuento o una novela, el narrador tiene de personaje al oficinista hastiado, al indigente famélico o al ricachón campante, pues obviamente tiene que distinguir el atardecer entre los respectivos sujetos, pues todos ellos, dichosamente, no son la misma máquina de calcular, sino personas con facultad de juzgar estéticamente lo que miran. Tal vez, para el oficinista subremunerado el atardecer no sea sino la hora de coger el bus a su casa, es decir, una hora de multitudes y estrecheces, de cansancio y desinterés por todo, incluido, claro, el astro rey en su descenso cotidiano. Para el indigente, de modo similar, el sol no representará mayor espectáculo, por más impresionante que fuera su descenso en el día en cuestión, pues sólo anuncia otra noche con el estómago vacío. Pero para el acaudalado que va por la autopista camino a la playa este lunes por la tarde, el sol no es sólo una luz que le obstaculiza la visibilidad, sino en realidad un espectáculo venturoso. Además, ¿sin adjetivos, podríamos verdaderamente experimentar, juzgar y decir la injusticia que entraña que solo para un rico llegue a ser el atardecer un fenómeno estético con cierto sentido vital?
La objetividad, tanto como la ontología, sólo se le da bien a las máquinas o a los ángeles, pero no a los humanos, tan imperfectos y anhelantes, ilusos y arriesgados.
Esta no es una posición realista en sentido fuerte, ni mucho menos subjetivista, en ambos casos dos ingenuidades. No creo en ningún extremo, ni en la pura objetividad ni en la pura subjetividad: el ser humano habita siempre en el "entredós" de los extremos, en zonas difusas o de incertidumbre; eso, precisamente, es para mí la realidad, y por eso no creo posible describirla a cabalidad.
Y si no se puede prescindir ni del sustantivo ni del adjetivo, lo que, entonces, cabe, es la moderación: la búsqueda del balance justo entre ellos. ¿No es eso, en todo caso, siempre un poco lo que debiéramos hacer los seres humanos, buscar balances justos entre extremos imposibles?